Cada 25 de noviembre es la misma cosa: editoriales, columnas de opinión, entrevistas, portadas con fotos de las víctimas, grandes titulares, cifras de feminicidios en el año. Pero nada cambia, no se mueve la tuerca, pareciera más bien que se aprieta un poco más. Las mujeres más conscientes del riesgo denuncian, escrachan, logran de vez en cuando un veto para un perpetrador pero el chance de ser violentada en la casa, en el trabajo o en la calle se mantiene.
A lo largo de su vida a una de cada tres la van a maltratar, a una de cada cuatro la va a violentar su pareja, a una de cada cinco la van a violar, cada mujer correrá el riesgo de estar entre las tres asesinadas por su pareja en Colombia día a día, cincuenta y tres niñas diariamente serán atacadas por un hombre de su familia o en alguno de sus espacios de confianza; el papá en el 40 % de las veces, o también el tío, padrino, primo o hermano. La impunidad cunde, el 99 % no recibe ninguna sanción, muchas veces ni siquiera van a juicio, la mayoría de los casos no son denunciados. Cada 10 minutos una mujer es asesinada por su pareja en el planeta dice la ONU. Noventa de cada cien agresores son hombres.
De los victimarios no se habla. El pacto del silencio. El pacto patriarcal los protege para esconder lo innombrable: es que los hombres en el fondo, todos, sin excepción, tienen una mirada sesgada acerca de las mujeres. En lo profundo de su ser alojan la idea de que nosotras somos menos que ellos, valemos menos, no tenemos las mismas capacidades, estamos limitadas y solo se nos concibe desde tres dimensiones.
La primera, la identidad sexual y de género, mujeres, femeninas; la segunda, el lugar, la familia, la casa; la tercera, la función, el cuidado. Todas derivadas de nuestra sexualidad, la capacidad reproductiva -que en el imaginario de ellos esta incluye la biología del parir eficientemente, la psicología de la crianza segura, y por supuesto, además del cuidado de la prole, el cuidado de ellos mismos-. Ellos, poco evolucionados, necesitan también alimentación, limpieza, orden, coito a libre demanda, traducción simultánea de sus emociones, deseos y sueños, y ahora además, la participación económica que los alivia ya del tradicional rol de proveedor (el único que tenían). Incluso si es necesario ellas deben ser capaces de transitar ese arduo camino desde la subordinación hasta el sometimiento so pena de ser castigadas.
A esta mirada torva, oblicua, llena de estereotipos, suposiciones, esencialismos convenientes para la guerra y la explotación, y el negacionismo de la realidad de la discriminación, el acoso y el abuso se le llama SESGO DE GÉNERO. A mí me parece más apropiado llamarlo SESGO DE SEXO, porque en el género se incluyen otras poblaciones vulneradas por el prejuicio de la diferencia, y hoy el tema que nos ocupa es la violencia universal, sistemática, histórica e impune, con ánimo de control y avasallamiento (como cualquier otro crimen de lesa humanidad) que se ejerce a diario contra las mujeres en todos los espacios.
Es un sesgo compartido por todos los hombres, más arraigado mientras más macho sea, es decir mientras menos evolucionado esté — poco evolucionado, recuerden, quiere decir incapaz de gestionar a plenitud su propia vida, no puede asumir todas las actividades que implican su supervivencia, su bienestar y muchísimo menos el bien común; situarse subjetivamente de manera empática para el bienestar de los demás, hacerse cargo de cuidar de otras personas y seres con compasión, entendiendo que es interdependiente porque es frágil como es este planeta y quienes lo habitamos—.
Ese sesgo de sexo es la explicación crucial de la violencia contra las mujeres (VCM). Si no ampliamos nuestra conciencia para percibirlo y entenderlo, si no exploramos las razones de ese sesgo y si seguimos sin impulsar su solución con valentía, inteligencia y mucha determinación seguiremos mirando esta realidad infame como quien lee letra muerta.
Ya es hora de que los hombres asuman que su depredadora masculinidad está basada en una necesidad constante de poder y control, derivada de una crianza patriarcal que les insufla un vano orgullo que los vuelve inseguros — de allí la necesidad constante de restaurar permanentemente ese sentido debilitado de sí mismo— como un pobre reyezuelo que en realidad va desnudo y tiene que ser alabado y bendecido a diario. La crianza del reyecito, porque para qué si es un reyecito el que estamos educando, entonces descuida la formación de la autonomía, la capacidad de cuidarse a sí mismo y a otr@s, el ejercicio activo del cuidado como un valorar supremo y una mentalidad cooperativa y no competitiva. Los enseña a ser inútiles, débiles, brutos y brutales, necesitados, envueltos en un disfraz de poderosos. Seres humanos espurios, de poca valía, cobardes. Tienen que estar arrasando a las otras para respirar seguros, tranquilos, cómodos, sin tener conciencia de que el cisne con un ala rota no puede volar.
Cada vez que una mujer es violentada se arrancan plumas a esa ala que vive rota. La perdición de todos. Brutos. Brutísimos
Tienen que responsabilizarse de su masculinidad tradicional que resulta nefasta para ellos y para nosotras, además del daño constante al planeta porque para competir con solvencia necesitan recursos y extraen sin reato alguno. Tienen que entender que ese poder dominador, excluyente y limitante es un bumerang. Nos exterminan y ellos también desaparecen. Cada vez que una mujer es violentada se arrancan plumas a esa ala que vive rota. La perdición de todos. Brutos. Brutísimos. Solo la cooperación será nuestra salvación. Son las éticas de la justicia (la equidad), la ética del cuidado (la bondad), la ética feminista (la igualdad) las que deben hacer parte del proceso educativo de los varones. ¿Hasta cuando van a seguir confundiendo fuerza con violencia? ¿Cuándo van a entender que sensibilidad, fragilidad y compasión no son señales de debilidad y por el contrario son indicadores exactos de humanidad? ¿No les da vergüenza estas cifras?
De este sesgo dicen algunos que no es deliberado, que no es consciente. ¡Qué va! Probablemente antes de todo el conocimiento aportado desde la epistemología feminista no tenían ni idea de lo brutales que son. Pero en este momento la ignorancia, la inconciencia y la falta de una actitud volitiva ya no sirven. No es hora de callar, totalmente de acuerdo. Y tampoco es hora de alcahuetear. Es hora de educar. Tengo una propuesta para hacerle al país de los reyezuelos y sus áulicas. En la próxima columna les cuento. Triste N25 como el de todos los años. Como escribió una amiga: nada que celebrar, nada que conmemorar. Misoginia infame.