Una simple proyección matemática demuestra que si hoy Colombia contabiliza 8000 contagios por coronavirus, al final de la cuarentena obligatoria —que según el gobierno será el 11 de mayo— el número de enfermos sobrepasará los 13.000, de los cuales ya habrían fallecido más de 650.
Aunque la dinámica de la curva no es regular y considerando que un 30% de la población no ha tomado en serio el aislamiento obligatorio, cada día los nuevos casos aumentarán en su número respecto al anterior. Más aun, cuando desde el anterior lunes hubo mayor circulación de personas.
Los colombianos deberán prepararse para lo peor. Según científicos, las medidas tomadas hasta la fecha son buenas y concordantes con lo exigido por la Organización Mundial de la Salud; sin embargo, existe un enorme vacío en la capacidad de efectuar pruebas oportunas.
Mientras en Corea del Sur se realizan 20.000 muestras al día, en nuestro país se hacen 30.000 al mes, lo que equivale a un desconocimiento casi total del comportamiento de la enfermedad en la región, conllevando a la toma de decisiones político-administrativas equivocadas.
La improvisación del presidente Duque salta a la vista, se nota que muchas de sus controversiales ideas son producto de imposiciones de quienes se sienten dueños del país.
Colombia es una nación caracterizada por su alegría e indisciplina, hecho reflejado en el permanente desorden, especialmente en las grandes urbes. Ni siquiera medidas represivas como la ley seca y el toque de queda han podido con el folclorismo nacional, suficiente motivo para endurecer las acciones preventivas.
No cabe duda que el virus está iniciando su línea ascendente donde nadie puede determinar cuándo se llegará al pico de infección. En esto, la OMS ha sido contundente en afirmar que en Latinoamérica aun no es conveniente flexibilizar las ordenes de confinamiento obligatorio, porque las condiciones no están dadas para dar ese paso. Dice la entidad que se debe esperar la evolución durante el mes de mayo, contrario a lo planteado por los empresarios.
Si el deseo del gobierno es evitar que la población se enferme, obligatoriamente debe seguir los protocolos dictaminados desde la institución internacional de salud; imperdonable error sería obedecer órdenes irresponsables de gente que, en su afán de seguir amasando fortuna, poco le interesa el bienestar de las familias vulnerables.
Los países europeos que nos llevan más de dos meses de ventaja en el manejo de la pandemia, con una infraestructura hospitalaria de primera, es en este momento cuando intentan flexibilizar las restricciones.
De esta manera, la tendencia de contagios por coronavirus asusta a cualquier racional. Hace un mes Colombia no pasaba de 1100 enfermos, hoy a tres de mayo, estamos hablando de 8000 infectados. Y si consideramos que cada uno de estos contagia al menos a tres personas más, los resultados serán devastadores. A esto sumado una cultura de relajamiento y confianza, que puede ser letal.
La preocupación es mayor cuando se tiene miles de kilómetros de frontera, la mayoría sin control gubernamental, entre ellos con países como Ecuador y Brasil, donde los resultados no se han hecho esperar. Nariño, ya sobrepasa los 220 contagiados. Ni qué decir del departamento del Amazonas, con casi un centenar de infectados.
En Nariño, la preocupación es mucho mayor, desafortunadamente hay municipios que no han podido tener autoridad en sus habitantes, es el caso de Ipiales y Tumaco. Aunque son zonas fronterizas, los gobiernos locales no han sido capaces de controlar los pasos ilegales, dejando a la deriva el tránsito de ecuatorianos y venezolanos, vectores de contagios. Dicen mucho de la incapacidad institucional y el comportamiento social de los nariñenses los 220 casos.
Los gremios de la medicina han expresado que, de no tomarse acciones más estrictas en la zona de frontera, en el próximo mes la emergencia sería incontrolable, haciendo que otros municipios que hasta el momento no reportan enfermos entren a la lista del coronavirus. La mayoría de nariñenses, conscientes de lo que ocurre, exigen a sus gobernantes extremar las medidas preventivas, única manera de evitar un colapso en la red hospitalaria y por ende las muertes.