En el aeropuerto José Martí de la Habana mientas me afanaba con mi pareja para realizar el check-in, llevando a cuestas todo ese equipaje cultural e ideológico que implica visitar Cuba, de soslayo vi pasar un sujeto a rayas verdes y blancas y luego perderse entre la apresurada multitud. Pensé se trataría de un compatriota hincha de Nacional, en un país en dónde extrañamente no había visto colombianos, en un momento crucial para el proceso de paz que pondrá fin a más de 50 años de guerra, el cual ha sido bien logrado gracias a la colaboración del gobierno cubano.
Mientras tanto la fila avanzaba para que se pesaran las maletas. De repente lo vi justo atrás de mí, hablaba con sus amigos de viaje, a lo que pude identificarlos como brasileros, su escudo me hizo pensar en que era hincha de Chapecoense, aquel equipo accidentado en las montañas antioqueñas hacía poco más de una semana, desaparecido casi en su totalidad, en una noche trágica a escasas horas de la disputa de la Gran Final de la copa Sudamericana frente a Nacional, el cual lloramos todos y desde entonces apoyamos con fervor. Pero se trataba de un torcedor de Coritiba, ese equipo brasilero de buen fútbol que enfrentamos el 26 de octubre, en cuyo encuentro presenciamos el golazo de tiro libre ejecutado por el “Maestrico Gonzáles” terminando el primer tiempo, que nos ponía en riesgo la clasificación a la siguiente ronda, pero también el gol magistral de tijereta marcado por uno de los nuestros, Miguel Ángel Borja, excepcional, toda una obra de arte, uno de los tres goles con los que, por fortuna nuestra, sellamos la victoria.
Así que corroborando el enorme parecido de los pueblos de Suramérica, resultamos hablando en un quimérico portuñol, como si se tratara de viejos amigos, de los sucesos que marcaban los últimos días para la Patria Grande. Habían venido, como nosotros, tras el rastro de Fidel, ese gigante invicto al que ni las batallas pro revolucionarias, ni los más de seiscientos atentados planeados en su contra lo habían derrotado.
Nuestra conversación reafirmaba la hermandad entre Colombia y Brasil, la tragedia de Chapé hizo entender al mundo que la rivalidades por cuestión de camisetas son algo absurdo y nos movilizó hacia el sentido más humano. Así que al mismo tiempo en que nos manifestaban gestos de agradecimiento por el apenas natural apoyo brindado al eterno campeón Chapé y nos deseaban suerte en el Mndial de Clubes, sugerí un intercambio de camisetas, había que llevarse algo de cada cuál, para mostrarlo en nuestros países como símbolo de unión continental. El suceso fue tan especial, que viajeros de todo el mundo, en medio de sonrisas, decidieron grabar el momento para la posteridad.
¡Viva Colombia! ¡Viva Brasil! ¡viva nuestra América unida!