Luego de charlar nos hacen un recorrido por la casa. Nos encontramos instrumentos musicales, dos cocinas (una para la comida y otra para la medicina ancestral), los espacios de trabajo y por supuesto, la huerta, orgullo de todas. Allí nos nombran y explican cada planta: quinua, haba, uchuva, cubio, amaranto, cebolla, cerezo, canelón, canutillo, sábila, menta, hierbabuena, hierba mora, dolorán, tiatino, zapallo, ruda, fríjoles, coles, diente de león, amaranto, ortiga, mata ratón, toronjil, verdolaga, jengibre, caléndula, malva… y así.
Comimos uchuvas y nos ofrecieron una taza de charuco, un aguardiente artesanal de caña y canela. Nos sentamos a la mesa y Daira nos cuenta: “La idea es traer plantas del territorio para poder hacer las medicinas naturales y transmitir todo ese conocimiento que me enseñó mi madre”.
Todavía quedaba una sorpresa, la huerta 2, ésta la tienen en la terraza de la Alta Consejería para las víctimas, la paz y la reconciliación, así que salimos de la casa para visitarla. Y bueno, pues más plantas: brócoli, cidrón, romero, caléndula, naranja, limoncillo, tomate cherry, limonaria, cilantro, caléndula, hinojo, pepino morado, eucalipto, canutillo, fresa, ortiga, lengua de suegra o espíritu santo, poleo… y más. Daira, en el fondo, grita emocionada porque cada plantita que ve ha crecido más en los últimos días, es un amor profundo por su huerta: “que nacen nacen, a punta de resistencia”.
Desde la huerta se ve la Plaza Bolívar y los cerros de Bogotá. También una pancarta con una estrofa de una canción que escribieron con un grupo de desplazados: “Semillas de libertad y resistencia”: Yo no quiero una ciudad gris, vamos a arrancar el problema de raíz, tampoco quiero guerra y maldad, solo quiero volver a mi tierra, sembrar paz, paz y soñar.