No acostumbro a escribir opinión acerca de novelas colombianas, principalmente porque hace unos años dejé de verlas, cansado del melodrama sobrecargado o las célebres narcoseries haciendo eco de los fantasmas pasados y presentes de la violencia, y ni hablar de las bionovelas.
Pero de esta sí que vale la pena escribir, porque hay que reconocerles a Fernando Gaitán, Nubia Barreto y Rodrigo Triana la bellísima producción que ahora se encuentra al aire. Me recuerda por qué vale la pena apoyar el talento de esta querida nación, aquel talento que en esta ocasión se refleja en guionistas, directores, productores, actores y todos aquellos que lograron contar una historia tan sobrecogedora, intensa y bien contada como la de “No olvidarás mi nombre”. Sin mencionar a los intérpretes reales de esta historia, las víctimas del conflicto.
Porque más allá de la básica historia de amor o de querer ser frívola generando audiencia a como dé lugar, es una historia que habla de paz, de perdón, de reconciliación y de solidaridad, porque nos recuerda a los indolentes, a todos los colombianos que no vivimos de primera mano la mísera y la desventura de la guerra, que existimos en el mismo país donde ocurrieron hechos tan adversos, separados tan solo de un centenar de kilómetros, pero en la misma nación.
Quiero decir que mi experiencia personal inicio con la reflexión: no puedo creer que esto haya ocurrido en el mismo lugar donde vivo, no puede ser que en el mismo país hayan vidas tan opuestas, que el destino haya sido tan desigual con los que vivimos en la ciudad y con los que viven en el campo resistiendo años de brutal violencia.
A veces hace falta llevarlo a la pantalla para aproximarse a su dolor y justamente eso fue lo que hizo esta notable producción, la labor de sensibilización de muchos como usted o como yo, que no lo despojaron de su casa, no le reclutaron a su hermano, no le violaron a su hija, y tampoco le mataron a sus padres y todo esto ocurrió aquí en el mismo país.
"No olvidarás mi nombre" es el encuentro de dos mundos, en la pantalla y fuera de ella, y vale la pena verla porque la violencia fue de los que la hicieron y los que la recibieron, pero la reconciliación y la paz es de todos. Nos pertenece a todos los colombianos y en ese sentido debemos reconocer que muchos de los que se desmovilizaron en días pasados fueron reclutados a la fuerza, amenazados accedieron y desposeídos de sus vidas probablemente cometieron crímenes que no hubiesen cometido si su lugar de nacimiento fuese aquí, en la ciudad, donde la barbarie de la guerra nunca llegó.
Me pregunto: ¿cómo juzgar los actos que otros cometieron causados por el temor a la muerte de algún ser amado?, ¿no aceptaría usted también, cargar un fusil para evitar la muerte de un ser querido?
Por otro lado, están los que decidieron cargar un fusil movidos por el dolor y la venganza y los más bárbaros de todos, los que cometieron dichos actos sin imposición alguna y es así, como el circulo de la guerra en Colombia se convirtió en un macabro juego donde casi todos fueron víctimas y victimarios.
Algunos quisieron ser solo víctimas, renunciando a la venganza, cuya decisión refleja la importancia de la reconciliación y el perdón en una sociedad, que representa romper el ciclo de la violencia. Es precisamente esta amalgama de vidas sacadas de la mismísima realidad de las últimas décadas del conflicto en Colombia que convergen en esta maravillosa historia.
Finalmente, no puedo dejar de hablar de aquellos que la hicieron posible en uno de sus lados más visibles, porque hay que estremecerse con personajes como el cura Hipólito, quien representa la humanidad en estado puro, interpretado por el espléndido Hernán Méndez. Jairo Camargo y Alina Lozano: sus personajes significan lo que pasa cuando se le da chance a la venganza, sus interpretaciones extraordinarias.
Están las mujeres como Carmen o Lucia interpretadas por Carmenza Gómez y Susana Rojas, respectivamente. Representan lo contrario, simbolizan lo que pasa cuando se la da oportunidad a la indulgencia y la tolerancia. Todos ellos son un reflejo auténtico de nuestra sociedad.
No dude que las historias y los personajes representados allí, fueron reales, reales como elementos de la historia y reales en un centenar de colombianos anónimos, como agentes de cambio donde las instituciones aún no llegan, incorruptibles, como faros lúcidos con sus acciones.
Para ellos, los protagonistas reales de "No olvidarás mi nombre", las víctimas del conflicto en Colombia, mi más profundo amor por resistir tantos años lo que personas como yo nunca tuvieron que vivir.