Lo incorrecto es incorrecto, aunque todos lo hagan
Opinión

Lo incorrecto es incorrecto, aunque todos lo hagan

El relativismo moral tan común en los países de música caliente es bastante destructivo

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enero 09, 2016
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Antes de salir a vacaciones les prometí revelar y discutir los resultados de la pequeña encuesta que hice acerca de qué creían que me había respondido cierto personaje cuando le reclamé por su comportamiento en las vías de mi ciudad. Aquí están:

Resultados_Encuesta - Lo incorrecto es incorrecto, aunque todos lo hagan

¡Casi! Aunque la respuesta más votada hubiera sido campeona en redes sociales y ayudaría a recordar la vergonzosa estrategia que muchos compatriotas han adoptado (y seguirán adoptando) para pasarse la ley por la galleta, no es la respuesta correcta. Pero la segunda sí lo es.

Ya lo dice el título de mi columna. La frase completa, atribuida a Agustín de Hipona, reza: “Lo correcto es correcto, aunque nadie lo haga; lo incorrecto es incorrecto, aunque todos lo hagan”. Ese relativismo moral tan común en los países de música caliente es bastante destructivo. Yo entiendo que haya condiciones sociales, históricas, culturales, geográficas, climáticas, etc. que expliquen muchos de nuestros comportamientos, pero hay que dejar algo claro: una explicación no siempre es una justificación. Por ejemplo: “no vine a trabajar ayer porque me fui de parranda y tenía un guayabo el verraco” es una explicación. “Se me olvidó darle de comer a mi hijo porque estaba sumergido en un juego de video”, también es una explicación. “Maté a ese señor porque me reclamó por infringir la ley”… bueno, creo que ya entendieron. Explicaciones hay muchas, pero pocas justifican las conductas antisociales.

Muchos dirán que menciono casos muy extremos y estoy de acuerdo. Pero los casos extremos son muy útiles para probar puntos, y una estrategia bastante usada por filósofos y psicólogos, entre otros: “los juicios morales deben resistir cualquier situación, real o hipotética, idéntica en sus propiedades universales a la situación en la que se está emitiendo el juicio”, decía el filósofo Richard M. Hare.

Hay dos cosas que los colombianos (y en general los latinos) debemos aprender a respetar para salir de estas arenas movedizas en las que nos encontramos: (1) a los demás y (2) la ley. Para la primera se requiere desarrollar una virtud que pocos desarrollan en nuestras culturas: empatía. Para asegurarme de que estamos hablando del mismo concepto, voy a  pegarme del diccionario. El de la RAE ofrece la siguiente definición:

  1. f. Sentimiento de identificación con algo o alguien.
  2. f. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. (Nota del autor: No confundir con “capacidad de compartir sentimientos de parranda, cerrar calles de barrio para hacer sancocho y tirar pólvora, y parrandear con personas que acaba de conocer”, un error bastante común cuando se toca el tema del civismo en Colombia).

Ya otro día debatiremos cuáles son los sentimientos que hay que compartir, pero espero que mi mensaje central sea claro.

Lo de respetar la ley sí tiene sus espinas, debo reconocerlo. Primero que todo, hay que construir sobre lo anterior, i.e. empatía, porque (nuevamente me pego del diccionario) la ley es un “precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados”. El plural da la idea de que se busca el bien de todos; si no existe empatía, pues cada quien se preocupará por su propio bien y ya. Y si bien esto implica una virtud individual, el gobierno, aquella autoridad competente que se menciona en la definición, tiene su gran responsabilidad en el problemita: nadie respeta la ley sin respetar primero su origen. No se respeta la ley sin respetar las instituciones que las dictan (curiosa y trágicamente, en este país se respetan “leyes” dictadas por instituciones que mentían, torturaban, asesinaban, robaban y estafaban incluso antes de que existiera algo que se pudiera llamar “gobierno”).

Si los ciudadanos respetan, pero el gobierno no: caos.
Si el gobierno respeta, pero los ciudadanos no: caos

Según lo veo, estamos entonces en una especie de paradoja Catch-22, una trampa de la que no se puede salir. Sería injusto decir quién debe dar el primer paso para liberarse: si los ciudadanos respetan, pero el gobierno no: caos. Si el gobierno respeta, pero los ciudadanos no: caos. Aquí tenemos que poner los dos de nuestra parte, con el mismo esfuerzo, y al mismo tiempo. Eso sí: no hay que olvidar que el gobierno trabaja para los ciudadanos, es su sirviente. ¡Quéjese!, pero no solito en su propia concha. Eso no ayuda de nada; por lo menos haga uso de tantos medios que hay para informar, educar, reclamar, y/u organizar a otros para alcanzar una masa crítica. Únase a colectivos ciudadanos, hacen mucho más que amarrarse de árboles o entrar en huelga de hambre. Manifiéstese, como mejor le parezca, mientras sea de una manera civilizada. Recuerde que “el que no llora, no mama”.

NOTA: Hay que recordar que el desconocimiento de la ley no justifica su incumplimiento.

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