Dario Ortiz Robledo, artista plástico, pintó el fenómeno de los jóvenes que resisten en la primera línea. Hay en la pintura escudos improvisados que detienen los chorros de un agua que brilla al estallar contra el metal. Hay una bandera de Colombia que se eleva por encima de las cabezas como una voz que entona palabras limpias y cuyo eco apenas nos llega. Hay un muchacho con el pecho desnudo que amarra la bandera al cuello y cubre su espalda, como en las batallas griegas, donde el lugar se llevaba en la espalda y en el nombre. Lleva el peso de un país que se desmorona en sus ojos, pero que todavía sueña porque le pertenece. Muchachos rozando la posibilidad de muerte, tras la posibilidad de la vida.
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Desde el 28 de abril, producto de una difícil situación económica, comenzó el paro nacional. La propuesta de la reforma tributaria terminó en un estallido social que había empezado en el 2019 pero que, por causa de la llegada de la pandemia, se contuvo. Alzando la voz, sin importar las restricciones sanitarias por parte del gobierno nacional, los jóvenes impulsaron nuevamente el paro, buscando soluciones a la carencia de oportunidades y al alto índice de desempleo. Cansados de vivir alimentados de sueños desprestigiados de igualdad, de vivir la incertidumbre, se tomaron las calles alzando una bandera de rebeldía contra cualquier límite, por pusilánime que fuera.
Ahora bien, la respuesta de la fuerza pública y el escuadrón móvil antidisturbios (Esmad) fue la represión. La ONG Temblores registró 228 heridos por arma de fuego, 82 actos de violencia ocular y más de 4 mil hechos de violencia policial. Surge, en respuesta a este contexto, la primera línea, según uno de sus integrantes, es una forma nueva y diferente de relacionarse con la realidad, es decir, con nuestro mundo, a través de una forma activa, participativa, movidos por el interés colectivo. Sostiene, por otra parte, que la primera línea no es solamente contra el abuso policial, pero en el marco del paro nacional, es lo que tiene mayor visibilización porque son los chicos que tienen los escudos, resisten los chorros de agua. Hay la primera línea jurídica que se conforma de abogados que velan por los derechos y las garantías de los jóvenes que son capturados arbitrariamente. Hay, por ejemplo, madres que forman primeras líneas. La primera línea viene trascendiendo y se está convirtiendo en un fenómeno que permite coser el tejido roto de la sociedad.
Con jeans, sacos, guantes, cascos, gafas industriales, máscaras antigases, empuñando un escudo con el logo de la resistencia, la primera línea avanza delante de cada movilización. Son el escudo hecho carne. No hay rostros, pero sí humanidad. Se encapuchan porque en Colombia hay un índice muy alto de violencia contra las personas que participan en las protestas o van en contra de las políticas del gobierno. Los líderes sociales, sostiene el integrante de la primera línea, que son el rostro visible de las comunidades son asesinados, los estudiantes que se levantan y exponen sus ideas son asesinados. En Colombia el índice de violencia estatal y paramilitar —continúa— es muy elevado. Entonces nos cubrimos el rostro como forma de proteger nuestra identidad, porque el violento en estas circunstancias es el Estado que nos asesina. Pero detrás de la capucha —cierra— hay un joven, hay sueños, hay alguien que junto a un grupo de personas queremos construir un mejor país a través de las ideas, la creatividad, de la fuerza y sobre todo del amor.
Se llega a la primera línea para defender la protesta del abuso por parte de la policía. Las protestas de noviembre de 2019 y el asesinato por parte del Emad de Dylan Cruz mientras devolvía un gas lacrimógeno llevó a los jóvenes a unirse, a defender los derechos y la vida. Impulsados por los sucesos en Chile, símbolo de un pueblo digno, se instalaron como un movimiento político en el marco del paro nacional. Encabezan las marchas, avanzan como un pueblo que no teme al linchamiento. Son jóvenes y son la fuerza que contiene el ataque policial. Son la primera línea de una historia que apenas comienza a escribirse.