Uno de los errores más grandes del expresidente Juan M. Santos, además del plebiscito sobre los acuerdos de paz del 2016, fue la poca pedagogía que se hizo sobre el proceso de paz en el sector urbano del país. Muchos pensaron, gracias a la campaña sucia del Centro Democrático, que el proceso de paz iba a convertir a sus hijos en homosexuales (la mal llamada ideología de género), que Colombia se convertiría en una “segunda Venezuela”, que Colombia sería llevaba hacia el “castrochavismo” o que Rodrigo Londoño sería el próximo presidente de Colombia. Como bien lo explicó Juan Carlos Vélez, gerente de la campaña del no del Centro Democrático, la estrategia era que la gente “saliera a votar verraca”. El plan del Centro Democrático, en resumidas cuentas, era ganar el plebiscito a toda costa, incluso si eso significaba mentirles a los colombianos.
Desafortunadamente, muchos entendieron el proceso de paz como un plan de las Farc para jamás pagar por sus crímenes o para vivir en la impunidad después de haberle causando al país tanto dolor por tantas décadas. Un gran número de colombianos no entendieron el proceso de paz por lo que realmente es: una oportunidad histórica para aprobar una serie de reformas que cambiarían la realidad del país. Esa serie de reformas que nos permitirían no volver a cometer los errores del pasado y erradicar, de una vez por todas, todos esos males que desangraron al país en una guerra de tantos años. La reforma rural integral, siendo no solamente el primer punto del acuerdo, sino también uno de los motores históricos de la guerra en Colombia, es uno de los ejemplos de reformas históricas que podría traer a colación.
¡Lo entendimos todo mal! Los acuerdos de paz no eran para brindarles curules gratis a Rodrigo Londoño y a su partido Farc, tampoco eran para que las Farc se tomaran Colombia, ni mucho menos para que Colombia se volviera otra Venezuela. Los acuerdos de paz llevarían carreteras, hospitales, electricidad y escuelas a esa Colombia profunda olvidada, donde la presencia del Estado se ha hecho históricamente a través de la fuerza pública. En muchas regiones de esta Colombia profunda, lo único que conocen sus pobladores del Estado, lastimosamente, son sus soldados. Los acuerdos de paz, en resumidas cuentas, le brindarían la oportunidad al Estado de ocupar todas estas regiones olvidadas del país donde las Farc y el narcotráfico eran la ley y el orden, y así, poder traer consigo todo lo que significaba vivir en un estado social de derecho.
Estos acuerdos nos darían la oportunidad de crear una Colombia diferente. Una Colombia empeñada en erradicar las masacres, los asesinatos selectivos, el desplazamiento forzado, la lucha territorial entre grupos armados ilegales y la enorme desigualdad que sufre nuestro país. Estos acuerdos nos ayudarían a bríndale una voz y representación política a aquellos que nunca la han tenido, como también a aquellos que en algún momento la tuvieron, pero fueron acallados por las balas. Estos acuerdos eran la excusa perfecta para intentar ser una democracia más o menos decente.
Hoy estamos pagando lo mal que entendimos el proceso de paz y los acuerdos. Hoy estamos pagando haber creído en el continuismo, en la competencia de un inexperto como lo es el presidente Iván Duque, en las promesas de ley y orden de la política tradicional colombiana. En estas últimas semanas, la Defensoría del Pueblo ha anunciado masacres en Arauca, Cauca, Valle del Cauca y Nariño. Esto sin contar las que yo, quizás por mi descuido, no me he enterado o las que lastimosamente no se han reportado.
Las masacres de jóvenes en Samaniego y en el barrio Llano Verde en la ciudad de Cali, como también las masacres en Tumaco y en el Tambo, nos deberían de doler a todos los colombianos. Deberíamos tomar la responsabilidad de estas masacres como nuestra. Tuvimos la oportunidad de hacer de Colombia un país distinto, un país diferente. No obstante, nos negamos a esa oportunidad de oro. Decidimos, por voluntad propia, seguir siendo este país sufrido, resignado e indolente. Un país donde la guerra, la muerte y el miedo son la norma y no la excepción. Echamos por la borda nuestra oportunidad de brillar por nuestro suelo fértil, por nuestra diversidad cultural y étnica, por nuestra comida y por nuestra biodiversidad. Hoy, lastimosamente, somos famosos en medios nacionales e internacionales por nuestra corrupción, por nuestra enorme desigualdad social y por nuestra rebosada violencia.
Para desgracia nuestra, no esperemos que el Centro Democrático haga algo. Eso sería mucho pedir. Ellos están más preocupados por sacar al expresidente Álvaro Uribe de sus líos con la justicia o por quien ocupará su trono. Al menos en la ciudad de Cali, ya llevan más de 12 vallas en favor del expresidente Uribe. Mientras el país se desangra, ellos están más preocupados por salvarle el pellejo a su jefe político y líder natural. Cada partido político en Colombia, como es habitual, tiene sus prioridades. Nosotros, sin duda alguna, sabemos muy bien las prioridades del Centro Democrático y las del presidente Iván Duque.