En agosto del 2018 no lo pudimos creer. Después de darnos los dos mejores mundiales de la historia de nuestra selección, en una magra rueda de prensa, Jose Nestor Pekerman dejaba el equipo nacional. Las rencillas de periodistas como Carlos Antonio Vélez, a quien nunca le gustó la manera como el argentino le cerraba las puertas del vestuario a sus periodistas, o dirigentes como Alvaro Gonzalez, el zar del fútbol aficionado en Colombia, quien siempre estuvo en desacuerdo con las convocatorias y la renuncia de Pekerman para que lo obedeciera.
Después de tres años esperando que Don José retomara las riendas de los díscolos ídolos nacionales, el estratega anunció, contra todo pronóstico, su vinculación la Federación Venezolana de Fútbol. La noticia no podía llegar en peor momento. Colombia necesitaba ganar a como diera lugar en Venezuela. Sin embargo, Pekerman era el técnico de la Vinotinto. Las cuentas son claras, antes de hacer cualquier cálculo Colombia debe ganarle a Venezuela en su casa, algo que ocurrió la última vez en noviembre de 1996 cuando, con goles de Bermudez y Valenciano, el equipo de Bolillo derrotó al que dirigía en ese momento José Omar Pastoriza. 26 años sin victoria en ese país.
Por eso Pekerman y su ex yerno y asesor, Pascual Lezcano, se frotarán las manos viendo la cara de angustia de Ramón Jesurún, quien contaba con recibir 12 millones de dólares por asistir al mundial. Además de ganarle a Venezuela Colombia aspira a que se dé el milagro de que Perú no derrote a la eliminada Paraguay, la peor selección Guaraní de los últimos 30 años. Jesurún la tiene peliaguado, su suerte y la del equipo nacional, está en las manos de un hombre que lo detesta.