No sé cómo llamarle al texto que estoy a punto de empezar a escribir. No es una queja, no es un reclamo, no es una carta de renuncia… Podría llamarlo desahogo, quizás. Es probable que sea ridículo que lo escriba y ni siquiera sé a quién debo dirigirlo (si es que debo dirigirlo a alguien)... En fin.
Amo la educación, la amo desde que tengo memoria. Soy normalista y licenciada, tengo una especialización en pedagogía, llevo más de 30 años de ejercicio como docente y lo hago con el mismo amor desde siempre.
Soy una fiel convencida de que el mundo sería mejor si se mejorara el nivel educativo de las personas. Soy consciente de las falencias del sistema educativo en este país y de que muchos de los problemas son derivados de la falta de inversión económica en infraestructura para la educación, pero hay un problema mayor que ese, del que poco se habla.
A pesar de esas falencias, a lo largo de mi carrera me he esforzado por hacer que pesen poco, contrarrestando su efecto con mi esfuerzo. He dado todo de mí. Soy una maestra exigente, de esas a los que muchos llaman “jodida”. Amo a mis estudiantes como a mis hijos y siempre quiero verlos bien; limpios, peinados, con la camisa por dentro y los zapatos lustrados, sin maquillaje, sin palabras soeces que salgan de su boca. Quiero que aprendan, pues estoy segura de que solo el conocimiento los puede sacar de la pobreza en la que lamentablemente nacieron, por eso les enseño y les exijo, exijo que presten atención, que no conversen en clase, que participen, que pregunten… No suelo dejar tareas para la casa, pues soy partidaria de que su tiempo libre es para jugar, para ser niños, para ser felices, para compartir con sus familias… Pero aprovecho al máximo el tiempo en el aula. Los regaño en algunas ocasiones, pero soy muy amorosa por fuera del aula, los abrazo y los beso, los amo y sé que muchos me aman, porque me lo dicen, y les creo.
Cuando hay dificultades busco ayuda en los papás. Algunos responden con entusiasmo.
Cuando tengo un alumno al que le cuesta aprender algo, que tiene que profundizar en casa porque ese no es su tema favorito (todos somos buenos para unas cosas y no tan buenos para otras) o porque sé que no está dando lo suficiente, porque está distraído con juegos, juguetes, el sexo opuesto o la música y televisión que los rodea, me refugio en los padres. Y es en ellos donde radica el problema del que poco se suele hablar. Los padres (en su mayoría) no están dispuestos a ayudar, no están interesados en el aprendizaje de sus hijos… Lo cual es inmensamente doloroso, pues es una actitud egoísta… Muchos de ellos son pobres física, mental y espiritualmente y no quieren permitir que sus hijos sean diferentes.
Padres difíciles los hay de todos los tipos, pero mencionaré sólo dos: los que se comprometen a ayudar en casa con el proceso de aprendizaje y nunca lo hacen y los que están convencidos de la infalibilidad de sus hijos y no soportan una nota baja, una recomendación, una queja, una petición de ayuda.
Son mucho más difíciles los segundos que los primeros.
Esta semana me vi inmersa en una situación bastante incómoda y desnudaré mi alma para confesar esto: deprimente, desalentadora, desasosegadora… Unos padres de familia me insultaron y amenazaron porque su hijo sacó 3,0 en las materias que ve conmigo y en el resto de las materias le fue muy bien en el período académico que hace poco terminamos.
No puedo juzgar el trabajo que hacen mis compañeros. Ni puedo saber sobre los talentos particulares de este niño. Puede que sea excelente en matemáticas y no tan bueno en lenguaje, por ejemplo, como ya dije, somos buenos para unas cosas más que para otras…
Estos padres me dijeron que yo era una pésima maestra, que era montadora, que todos tenían queja de mí (ningún otro me la ha manifestado, por el contrario, he recibido palabras y gestos de amor y gratitud por parte de muchos de ellos y sus hijos, lo cual me emociona y agradezco, y por supuesto que no lo espero, pues ese es mi deber). No aceptan que su hijo tiene falencias y que es mi deber calificarlo como corresponde para motivar un mayor esfuerzo de su parte. Así funciona el sistema, con notas. Eso no lo inventé yo.
Pero no fueron suficientes mis explicaciones. Me exigieron mostrarles una por una las notas que sacó durante el período académico y me sentí tentada a realizarle una prueba, objetiva, con ellos presentes, para demostrar que el niño, lamentablemente, no cumplió con las competencias exigidas por los planes de área y las directrices del mismo ministerio de educación en esa materia y en ese período…. Pero nada fue suficiente… Persistían enojados y tratándome mal, diciendo que se iban a quejar con los medios de comunicación y la secretaría de educación municipal. Luego la madre fue donde la directora de grupo de su hijo, con un excelente don de la actuación, a llorar diciendo que yo la había tratado mal, cuando lo único que hice fue tratar de buscar soluciones y dar explicaciones (que se negaron rotundamente a escuchar).
No me atemorizan. Yo tengo clarísima la calidad de mi trabajo, pero sí me entristecen, muchísimo… y me desmotivan. Me tientan a dejar de ser como soy y a dejar de hacer un buen trabajo, a poner buenas notas por ponerlas y permitir que los niños se eduquen de manera mediocre y no progresen, que pareciera ser lo que ellos como papás, inentendiblemente, quieren. Finalmente eso es lo que hacen muchos colegas. Me siento frustrada, aburrida, deprimida. Siento que este es un trabajo muy desagradecido y en este momento lo único que deseo es renunciar. Pero tengo rabo de paja y no lo hago, no sólo porque necesito trabajar (como lo necesita todo el mundo) sino porque, a pesar de todo, soy terca y amo esto… Sigo con una fe, quizás ridícula, de que puedo cambiar algo.
* Mi mamá escribió este texto como una forma de desahogo más para sí misma que para ser compartido. Pero yo creo que merece ser leído por todo el mundo, por eso lo hago público aquí: