No se trata de pararse ante la Virgen de Chiquinquira o el Señor Caído de Monserrate, y con cara de terneros huérfanos repetir mil veces, dándose sonoros golpes de pecho: “¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa!”. Y después de confesarle al cura, al fiscal o al juez unos cuantos pecados veniales, reservándose los mortales, ir a comulgar con camaleónica lengua y rostro de beato a tiro de canonización.
Lo anterior no sin antes pedirle al “altísimo” que sus abogados y emisarios logren torcer definitiva o temporalmente a testigos o a fiscales, jueces o magistrados que los tienen en la mira por los delitos, que en el fondo de su conciencia saben que cometieron, pero que ellos, que se creen el mismo Dios, confían en que les perdonarán porque se consideran de los “buenos apostólicos y romanos” en cruzada contra los “malos socialistas”, que con el cuento de la “restitución de tierras” y la “reforma agraria integral” les quieren quitar sus haciendas que tanto sudor y sangre les costaron a sus amigos armados, que después de acabar con esos “guerrilleros de civil y sus mujeres e hijos” se las “vendieron” a precio de ganga por motivo de viaje.
Tampoco se trata de negar a toda costa que con el propósito de hacer el “bien” y construir una sociedad más justa, embarcados en el lodazal de la guerra, emboscados o en combate, masacraron a muchos de sus enemigos y a otros los amarraron y encerraron durante años, a la par que mataron a muchos campesinos que no obedecían sus órdenes o se negaban a que a la brava reclutaran a sus niños y adolescentes para que empuñaran las armas y saciaran sus instintos sexuales; mientras secuestraban y extorsionaban a campesinos, ganaderos y empresarios que se desquitarían apoyando a los paramilitares, que disimuladamente y respaldados por integrantes de instituciones del Estado, además de disputarles el negocio del narcotráfico, la minería ilegal, la extorsión y el secuestro, terminarían hasta apoderándose de los presupuestos de alcaldías, gobernaciones, curules en el concejos, asambleas y el congreso y cometiendo iguales crímenes o peores masacres que los guerrilleros que los engendraron, supuestamente para combatirlos.
Lo difícil es con humildad reconocer la culpa de nuestros errores y delitos. El ego nos lleva a echarles la culpa a los demás y ponernos en plan de víctimas: nos creemos los buenos y cuando las ideologías o religiones dogmáticas nos han lavado los cerebros, nos creemos por encima del bien o del mal.
En los procesos de paz se busca que los rivales confiesen la verdad de sus crímenes, ante las autoridades, la sociedad y las víctimas, para abrirle camino al perdón y la reconciliación.
Con la Comisión de la Verdad, el Centro Nacional de Memoria Histórica y la Justicia Especial para la Paz, JEP, se quiso avanzar con este propósito, tal como han adelantado procesos de paz en Sudáfrica, Irlanda y otros países.
La JEP abrió las puertas para que a cambio de penas disminuidas, los guerrilleros, militares, civiles y empresarios que propiciaron crímenes de lesa humanidad, confesaran su participación directa o indirecta como ejecutores directos o financiadores.
Numerosos oficiales de las fuerzas armadas sindicados de falsos positivos, desapariciones forzadas y apoyo a paramilitares aceptaron vincularse a la JEP, pero los llamados “terceros” o civiles y empresarios se negaron a hacerlo y siguen en su plan de autocalificarse como los “buenos” sin reconocer su pasado tenebroso.
Tampoco le queda bien a algunos mandos de la guerrilla que no reconozcan el reclutamiento forzado de menores y los abusos y fusilamiento de quienes no les marchaban.
Para que surja la verdad y el franco perdón y la reconciliación en un país llevado del diablo a nombre de Dios y los “buenos” hace falta mucha sinceridad, humildad y deponer los egos que nos llevan a no reconocer nuestras culpas y errores, y achacarles todos los males y nuestras desgracias a los demás, mientras el país y la humanidad avanzan a pasos acelerados hacía el desbarrancadero.