Hay un periodismo cómodo para las bandas criminales, la guerrilla y los narcos. Es el periodismo que se limita a contar los muertos.
“Ese tipo de periodismo simplemente sirve de megáfono de las mafias: hace que sus crímenes se vuelvan más aterradores y los ciudadanos más obedientes a las normas de complicidad y silencio que dicta el terror, cuando el periodismo investiga y denuncia, cuando explica las causas de los asesinatos, cuando averigua quienes son los matones y dice sus nombres y sus métodos, ese periodismo se vuelve peligroso para las mafias”. Así lo escribió hace poco Moisés Naím, en una de sus columnas sobre la realidad colombiana.
Y no es para menos. Esta semana algunos prefirieron registrar que se derramaron 20.000 galones de combustible a ríos en el Putumayo, —como si fuera por una causa mecánica que las puertas de los tanques se hubieran abierto— dudaron para decir que las Farc lo hicieron y que este ha sido el golpe ambiental más grande de la década y sus efectos se verán por lo menos durante los próximos cincuenta años.
El miedo nos ha querido callar y como sociedad le hemos concedido toda razón. El conformismo nos recomienda silenciar y lo seguimos abrazando con pasión. Si parte del periodismo se limita solo a contar muertos, la gran mayoría de los ciudadanos se limitan a observar cómo los cuentan. El rechazo social, la indignación es prácticamente nula. El caso se repite en otras absurdas enfermedades colombianas: la corrupción y la ilegalidad.
Muchos periodistas, numerosas agremiaciones y millones de ciudadanos en Colombia, nos hemos dedicado a sumar los billones que nos robaron, y no tanto a denunciar y confrontar a quienes se están robando el país vestidos de patriotas. Algunos gremios y medios de comunicación prefieren asumir el conflicto de intereses ignorando el conflicto de principios. Muchos políticos decentes optan por una babosa lealtad a los “partidos”, por encima de la lealtad a los valores fundamentales que deben regir la política. Y gran parte de la ciudadanía, ajena al sentimiento de indignación que hoy invade a países europeos, observa con excesiva pasividad cómo los recursos de los impuestos terminan en los bolsillos de los “patriotas”.
La historia se repite con respecto a la ilegalidad. Nos resulta normal la violación a los principios legales. Muchos periodistas no se atreven a señalar quiénes construyen los escenarios de la ilegalidad. Solo se limitan a la comodidad de “dejarle todo a la justicia”. Incluso se asemejan a la clase política que defiende la ilegalidad “porque no se han robado un solo peso”. Por su parte, los ciudadanos, bastante ingenuos, le creen al “pobrecito” y al “todos nos podemos equivocar” Y los gremios en silencio.
Ha llegado la hora de violar las normas de la complicidad. De volvernos peligrosos para las mafias, enemigos de la corrupción y exigentes defensores de la ley.
@josiasfiesco