El plan de vuelo que tenía el piloto, en un país civilizado, hubiera sido desaprobado. Incluso, cuando el avión ya se movía en pista, desde la Torre de Control de Santa Cruz de la Sierra el controlador le advertía “Es imposible que lleguen con ese combustible” pero el piloto siguió orondo diciendo que se tranquilizaran, que llegarían a Bogotá y tanquearían, que esa operación ya la habían hecho llevando a la Selección Argentina, al Paraguay.
El piloto, Miguel Quiroga, presentaba a la aerolínea boliviana como la oficial de la Conmebol. Tenía más marketing que títulos, dijo en su momento el ex vocero de la Asociación Argentina de Fútbol Ernesto Cheques Bialo. Por eso tantos equipos se habían dejado llevar por Lamia. Quiroga ya había llegado a Medellín, desde Santa Cruz de la Sierra, con la gasolina justa. La diferencia con el vuelo fatídico del Chapecoense es que el avión venía lleno y así se gasta más combustible. El técnico de vuelo sobreviviente había querido modificar el plan de vuelo: él sabía que Quiroga, quien también era socio de la aerolínea, iba a ahorrar al máximo de gasolina. Por eso, cuando le comentó que tenían que parar a aprovisionar en Bogotá, Quiroga se hizo el de la vista gorda: 1.224 dólares era una tarifa muy alta para desembolsarlo. LaMía no era la mejor aerolínea sino la más barata: mientras que una marca como Avianca podía llevar un equipo en 100 mil dólares los bolivianos cobraban 60 mil, casi la mitad.
El técnico empezó a angustiarse cuando no se hizo el reaprovisionamiento en Cobija ni en Bogotá. Creía que podía planear pero las dificultades empezaron con la prioridad que pidió el avión de Viva Colombia, con la demora para entrar se vio que todo había salido muy caro. Más de 70 muertos costó la tacañería.