Hernán Díaz fue de la generación de los grandes artistas. Colombiano que logró ser parte de la modernidad de la mitad del siglo XX junto a Fernando Botero o Alejandro Obregón.
Trabaje con él y supe sus caprichos y rebeldías en la revista Cromos cuando el director era Alberto Zalamea. También conocí al ser humano con enorme talento que respetaba la vida y la condición de las personas sin querer dignificar sus condiciones. Que en la exposición de la nueva Galería Lamazone, trata de rescatar esa bella humildad que puede ver un ser sensible ante una realidad donde todo tiene las características de un mundo pobre con alma, a pesar de que fue el retratista de los grandes de Colombia.
Hernán Díaz tiene una exposición bella que nos cuenta cómo fue formándose con los mejores y más modernistas fotógrafos de su época: Cartier Bresson, Irving Penn o Richard Avedon quienes fueron los máximos exponentes de la fotografía norteamericana. Por eso Hernán Díaz superó su rango, dejó testimonio de lo que hoy es una evidencia contundente donde la fotografía es un arte. Cosa que hoy, es inevitable.
Pero él construyó su mundo a su manera. Resteando la idea directa de la imagen, respetando el universo de la luz y mil sombras donde el culto a la luz natural fue su principio básico. La luz y sus mil grises en blanco y negro y donde los reflejos fueron sus únicos argumentos. Fotografía directa donde jamás hubo manipulación y donde la aproximación humana era el único objetivo. La fotografía estaba en contacto con su realidad.
Lejos de la riqueza y la arrogancia de los poderosos —de la cual él fue parte— esta exposición muestra su lado más humano. Paisajes que como nadie los de la Guajira, catatumbas silvestres, niñas campesinas que muestran la pobreza con dignidad, sus amores que fueron los pescadores en el mar. Las niñas campesinas que logran su dignidad dentro de la pobreza del trabajo o las mujeres negras que conquistan la imagen bella de ese mundo que él llamó Cartagena Morena que en su mesura construyen una imagen de honor de la siempre pobreza infame mientras se ríen alegremente debajo de una sombrilla o, mientras caminan por la calle colonial con su palangana de frutas en la cabeza.