No deja de sorprender la persistente doble moral en este país.
Al conocerse que militares retirados colombianos estuvieron implicados en el asesinato del hasta entonces presidente haitiano Jovenel Moïse, lo primero que a muchos se les vino a la cabeza es que el nombre de Colombia quedó por el piso ante el mundo.
Por supuesto, no faltará quien alegue que ellos no sabían a qué iban. Pero si un militar o ex militar tuviera principios sólidos y la ética bien puesta, averiguaría muy bien en qué se está metiendo o a qué se está prestando. Pero no lo hicieron, tal vez por simple codicia, porque plata es plata.
Como tampoco lo hicieron esos muchos militares que se prestaron a cometer ejecuciones extrajudiciales en suelo nacional, los llamados “falsos positivos” que ocurrieron por miles, ante los cuales muchos colombianos “de bien” se hicieron de la vista gorda hasta que el escándalo estalló y ya fue imposible tapar el sol con un dedo.
El germen de lo que estalló esta semana en Haití ya se había venido incubando desde hace muchos años en Colombia, con una sociedad que sigue siendo apática e indolente, como anestesiada, ante los muchos crímenes que siguen ocurriendo en el país, como los asesinatos de líderes sociales o de ambientalistas, la corrupción o la depredación ambiental.
Son muchos los colombianos “de bien” que siguen mirando para otro lado, queriendo esconder la mugre debajo del tapete, como si no fuera su problema, como si todos estos crímenes en el país no fueran igualmente graves.
Pero eso sí, ahora sí salen a indignarse porque lo ocurrido en Haití dejó el nombre de Colombia como un zapato. Qué doble moral.