En el Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá se inauguró el 12 de septiembre una exposición de Santiago Cárdenas que en términos generales, proyecta la personalidad austera de ese gran dibujante y pintor colombiano.
Mientras era estudiante en Yale, Santiago Cárdenas se preguntaba a principios de los sesenta por qué sentía una inquietud poderosa sobre la importancia predominante que tenía el arte abstracto. Se hacía siempre la pregunta sobre lo que debía ser la pintura mientras que la respuesta iba dirigida hacia las pocas opciones en el arte abstracto, que se imponían en todas las tendencias y que, por supuesto, negaba la posibilidad de supervivencia de cualquier otra aproximación pictórica. No estaba convencido del dogma. Le parecía que las decisiones y orientaciones del artista deben responder a las especificaciones propias de cada uno.
Por eso, la pintura de Santiago Cárdenas tiene su personalidad. Le interesa la realidad pensada desde la cotidianidad obvia; el detalle de un mundo de líneas oblicuas donde el dibujo está muy cerca de la pintura. Con el paso del tiempo, el artista acabó pintando el mundo privado que encuentra en su taller. Un marco colgado de una puntilla, la esquina de un cuarto despoblado, las corbatas en un gancho, el dibujo estricto de un alambre o de un pantalón tirado o un retrato gestual, las pizarras atmosféricas, un lápiz o una flor.
En su juventud reprodujo de manera cortante y definitiva, dentro del mundo de la figuración, imágenes de la cultura norteamericana que, muy cerca al Pop, reinventaba el comedor, el cuarto de plancha, los vestidos sin anatomía, los ganchos, las corbatas. Imágenes escolares de los lockers. Ya después vinieron las pizarras que, comenzaron teniendo una cercanía al trabajo del norteamericano Cy Towmbly pero que, pronto obtuvieron la serenidad personal del artista colombiano.
En el mundo pictórico de Cárdenas, la reflexión sobre la realidad es la manera como abstrae el sentido de los objetos que pinta, porque es en esos detalles —como una puntilla, o sus alambres— donde diseña visualmente cómo el mundo del espacio, puede funcionar en dos dimensiones.
El formato del cuadro también hace parte de la obra y maneja la superficie plana. En espacio pictórico detiene el tiempo. Allí suspendido queda un paraguas sin dueño o una pizarra a donde se refleja la luz de la hora que lo ilumina. El manejo de la luz es en su obra una bella sutileza que plasma porque Cárdenas tiene la cualidad de ver que, entre las ventanas hay atmósferas y climas. Algunas veces secas, como puede ser la pintura de un papel arrugado, o la textura de la superficie de un cartón. Otras tienen atmosférica, como lo que queda escrito y borrado sobre una pizarra pintada.
También se encuentra en su mundo, otra aproximación, donde el movimiento es parte fundamental de la composición. El artista cuida la calidad transparente de la sombra como lo hizo Vermeer, pinta como si fuera tiza a la odalisca de Matisse, se interroga sobre el mundo universal del autorretrato mientras nos deja un escuálido gancho, o un lápiz congelado en una reflexión sobre el comportamiento de la línea.