Comunes cumple cinco añitos en el sistema político y en su corta vida partidaria ha padecido prácticamente todas las tensiones, divisiones -algunas extremas- y pugnas que caracterizan la compleja “vida interior” de los partidos. A cinco años de su mediática creación, el partido que heredó el acumulado político de la guerrilla más poderosa que se recuerde, no es el mismo que se fundó el 31 de agosto de 2017, en ese momento, conservado la sigla Farc y equilibrando en sus instancias de dirección las posiciones de sectores cuasi antagónicos; es decir, la suprimida línea Márquez-Santrich y la dominante línea Timo-Lozada-Alape (así desde el mismo partido se desdeñe esa clasificación y se atribuya al afán divisionistas de los medios).
Lo cierto es que en estos cinco años el partido ha debido sortear con dificultades tanto endógenas como exógenas. Resultado de su propia incapacidad para adaptarse a un sistema electoral ajustado a la experticia de los clásicos operadores políticos; cierta indefinición ideológica que constantemente lleva a formular la siguiente pregunta: ¿es un partido comunista, socialista o socialdemócrata?; una transición asimétrica de sus antiguos mandos militares a dirigentes políticos en el Congreso; y una verdad de a puño: la sociedad colombiana nunca apoyará un proyecto político directamente derivado de la insurgencia (y Petro es un caso aparte).
Para algunos, la traumática transición política de las Farc-EP es el resultado de una pugna intestina por el control de un minúsculo aparato partidista - la burocracia de la implementación- ; sin embargo, yo fijaría el punto crítico más atrás, me iría hasta la estrategia adoptada al cierre de su confrontación con el Estado, cuando la insurgencia fariana, aparentemente y por cuestiones tácticas de mera supervivencia, le dio mayor preeminencia a la visión militarista sobre la política, descuidando su integración orgánica con las comunidades a partir del “trabajo de masas” y así desestimando sus posibilidades político-electorales más allá de las armas.
Además, la diferencia de criterios sobre la negociación del desarme en la Subcomisión Técnica para el Fin del Conflicto también acentúo las diferencias entre Márquez (partidario a un modelo de desarme escalonado) y Carlos Antonio Lozada (principal vocero del partido), creando una grieta que no paró de crecer con los años.
Tampoco se puede pasar por alto su marginalidad electoral, sin una base electoral estable entre elecciones nacionales o en perspectiva de crecimiento a nivel subnacional. Así, cada tanto emerge otra pregunta: ¿dónde están los votos de las Farc?, pues bien, son pocos y concentrados en reducidos nichos de opinión en las grandes urbes. Ni Farc o Comunes se erigieron como el “partido del pueblo”, ya que su plataforma electoral, directamente condicionada y circunscrita al acuerdo de paz, no ha logrado movilizar una base social rural directamente beneficiada por el mismo acuerdo; por ejemplo, circuitos organizados en territorios cocaleros o comunidades campesina residentes en municipios PDET.
A grandes rasgos, el partido cumple una doble condición; por un lado, opera como una institución transicional creada por el acuerdo de paz -en un régimen de excepcionalidad de ocho años-; y por el otro, es un regulador político de la implementación, parcialmente de la reincorporación de los exguerrilleros -en lo económico y social-, y ofrece garantía de comparecencia en el sistema de justicia transicional; esto último porque en su estrategia electoral se decidió que algunos de sus excomandantes (máximos responsables) asumieran los principales espacios de representación y vocería política en el Congreso.
Aunque se debe destacar que en su corta existencia el partido se ha caracterizado por promover una agenda social y ciudadana, así no sea el partido del pueblo, si legislan a favor del pueblo y su experiencia como bancada opositora en el gobierno Duque demostró de lo que verdaderamente están hechos. Ahora, siendo la sexta bancada de gobierno en la era Petro, tienen el reto de traducir la retórica en acciones y trascender de la aridez de la oposición.
A Comunes le esperan cuatro años de persistencia en el sistema de partidos; personalmente, dudo que tenga la capacidad de superar el umbral en las elecciones de 2026, así que fijaría su extinción como partido para el día 11 de marzo de 2026. Ni más, ni menos. Tal vez, perviva en el sistema político como un partido minúsculo parecido a la Unión Patriótica, pero sin conservar un carácter nacional o constituyéndose desde una sólida base electoral.
Será el resultado natural de desafecto social al proyecto político de la exguerrilla, la precaria implementación de las transformaciones políticas del acuerdo de paz, las encrucijadas no resueltas, y la exposición mediática de un partido que no ha logrado resolver múltiples batallas o crisis de identidad.
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