Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: 'Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos'. Sin duda esta es una de mis partes favoritas de El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Ayer domingo vi la película de igual nombre dirigida por Mark Osborne y escrita por Irena Brignull, que, como imaginarán, se inspira en el libro. Reconozco que me conmovió hasta las entrañas y me sacó más de una lágrima.
La película mezcla dos técnicas: la animación por computadora y la animación cuadro a cuadro o stop motion con un resultado magnífico; pero no es mi intención enredarme en tecnicismos frívolos, quiero hablar sobre la historia y lo que aprendí de ella, ya saben; eso que está en la esencia misma de la película; eso que nos quiere decir algo, lo demás es solo el envoltorio o como diría el Principito, no es más que la corteza.
La historia se desarrolla en un mundo insípido y monótono en el que todo funciona con una exactitud escalofriante. Aquí, una madre obsesiva intenta labrar un futuro para su hija; sin dejar nada al azar, planifica la vida entera de la niña, preparándola para ser una adulta, según ella, perfecta. Al otro lado está el vecino, un viejo aviador que intenta reparar y despegar su destartalada avioneta; para este hombre la vida se vive a cada segundo, sin planes y sin reglas y los adultos son bichos raros a los que se les debe tener paciencia. La niña, que vive a imagen y semejanza de su madre, descubre en la historia del viejo sobre un pequeño príncipe que ama a una rosa, lo simple, placentero y fácil que puede ser vivir.
Es difícil ver esta película como adulto sin enfrentarse a una reflexión, por demás, complicada. Hemos olvidado lo esencial y lo hemos reemplazado por nimiedades. A medida que crecemos la vida se nos vuelve pesada y agitada; siempre estamos corriendo de un lado al otro como el conejo blanco de Alicia, llegando siempre tarde; queremos controlarlo todo, hasta lo incontrolable y nos enfurecemos y maldecimos si el plan se desvía un centímetro; buscamos poseerlo todo, ponerle un precio, etiquetarlo y negociarlo, somos hombres y mujeres de negocios. Estamos tan desesperados que buscamos una escapatoria rápida, una salida. En lo que sea. No importa que. Alcohol, drogas. Qué más da. Buscamos cualquier cosa que nos saque lo más pronto posible de la realidad, aunque sea por un instante. Buscamos un escape.
Esta salida es solo una puerta de utilería, sí, como las del teatro, esas que no va a ningún lugar pero que parecen una puerta real. «También se está solo donde los hombres», le responde la serpiente a El Principito cuando este menciona la soledad del desierto; estamos desesperados porque estamos desesperadamente solos. Es particularmente extraño si pensamos que vivimos en un planeta sobrepoblado, pero nuestra soledad no es por ausencia de personas, es por aislamiento; nos aislamos cuando: buscamos poseer todo, como el hombre de negocios; buscamos la admiración, la aprobación y la reverencia de los demás, como el hombre vanidoso o queremos controlar todo, como el rey. No por nada Antoine de Saint-Exupéry creó a estos personajes como únicos habitantes de pequeños planetas.
Necesitamos reencontrarnos como sociedad, derribar los muros que nos separan y acercarnos los unos a los otros para salir del aislamiento. Hace poco tuve una experiencia maravillosa; mientras montaba bicicleta entable una competencia, digamos una carrera, con una mujer a la que no había visto en mi vida, casualmente ella llevaba mi misma ruta, fue divertido, pero de un momento a otro se me cayó el termo del agua, ella paró y lo recogió; yo no tenía pensado hablarle, solo quería ganar; nunca hablo con nadie cuando montó bicicleta, por su parte ella llevaba audífonos, así que supongo que tampoco lo hace; entonces di la vuelta para acercarme y ella me entregó el termo, este acto de amabilidad me obligo, por su puesto, a hablarle; continuamos el camino hablando al ritmo de pedaleos suaves, ya no había afán. Descubrí que teníamos cosas en común y que el accidente con el termo fue lo mejor que me pudo haber pasado; eso, derribo mi muro. No sé si la volveré a ver, espero que sí, pero eso no es lo importante, lo importante es lo que aprendí; andamos tan metidos en nosotros mismos y tan prevenidos que olvidamos que compartimos el mundo con otros, y que ellos en sus propios mundos tienen mucho que aportarnos, aunque sea en una pequeña charla. Debemos salir del aislamiento.
Retomando la puerta, lo irónico de todo es que no hay puerta, no porque no exista solución, claro que la hay, pero no es una salida, la solución es dejar el caparazón, dejar la carga y continuar livianos, con lo justo; una vez que dejemos de preocuparnos por todo, tendremos la oportunidad de ver realmente a los demás y de maravillarnos con el mundo. Claro, no me refiero a que abandonemos todo, nos compremos una van volkswagen y recorramos el continente haciendo amigos; no es una mala idea, pero no es eso. La frase que menciona el zorro es la clave, en mi opinión, de la historia, tanto del libro, como de la película, «lo esencial es invisible para los ojos». Abandonemos la carga, permitamos el acercamiento del otro y busquemos nuestra rosa; eso que nos mueve, eso que nos hace sonreír, lo que nos hace bailar, los que nos hace saltar, eso que nos hace ser niños otra vez. Hakuna Matata, como dirían en El Rey León.
Debo admitir que salí bastante reflexivo del cine, y sin meterme a calificar la película de buena o mala, eso se lo dejo a la experiencia que tenga cada cual con ella, significó para mí un rompimiento, un descubrimiento y, por supuesto, un aprendizaje que quise compartir con todos ustedes; debemos salir del aislamiento, liberarnos de las cargas, acercarnos al otro; buscar lo esencial.