Ni siquiera el Partido Verde, que se supone representa la defensa y conservación de la biodiversidad y ecosistemas como una corriente internacional había podido, ni ha logrado aún liderar esa narrativa. Es por eso quizás que las bases de esa colectividad en coalición con otras fuerzas decidieron seguir a ese candidato y no al propio. La conformación de la fórmula vicepresidencial de Petro así lo reafirma.
En el reciente desastre ocurrido en Santander en una región de gran riqueza agrícola y ganadera, la gente, los animales y todo el hábitat, han sufrido terribles consecuencias. El daño ambiental es superlativo. La afectación de la economía y el medio ambiente de la región son de proporciones mayúsculas. Este suceso ha hecho más visible el debate de la bioeconomía. Las imágenes de las concentraciones políticas de Barrancabermeja, Floridablanca, Girón y Piedecuesta realizadas por el candidato que viene advirtiendo sobre este tema, muestran la indignación popular.
En veinte años de gobierno de Pastrana, Uribe y Santos, la minería de hidrocarburos pasó a ser el renglón más importante de la economía; incluso, las hectáreas con título minero en los páramos se multiplicaron. Hasta 2016 estaban reportados 450 títulos mineros en zonas de páramo de dónde proviene el 70% del agua de nuestras ciudades. La codicia por los dineros fáciles de las regalías hizo cómplices a la politiquería nacional con los corruptos provincianos en la rapiña por las mismas. La Guajira es quizás el mejor ejemplo de esa deshonra.
La obligada transición a una economía sostenible trató de ser ridiculizada por Iván Duque en un debate. Refiriéndose al aguacate, lo hizo con un desmedido alarde de ignorancia. Se preguntó cuántas toneladas de esa fruta eran necesarias producir para reemplazar un barril de petróleo; al parecer no tiene ni la más remota idea de cuánto vale una tonelada de aguacate. Y que la cuestión es pasar de depender del extractivismo de hidrocarburos, como una necesidad mundial, a la producción de alimentos en nuestras fértiles tierras.
La Guajira explota y entrega el carbón al mundo con unos costos ambientales elevados para los trabajadores y poblaciones vecinas; y cuando es quemado, resulta afectada la atmósfera severamente por el calentamiento global, que incrementa la desertificación y la sequía generando hambruna. El río Ranchería, principal fuente de agua, se ha afectado debido a la deforestación y desaparición de muchos arroyos. Además, es inconcebible que primero haya llegado a la paradisiaca Bahía Portete el tren carbonero, que el turismo. Las regalías generadas han servido primordialmente a enriquecimientos personales.
En el actual debate presidencial, los candidatos extractivistas, Duque y Vargas Lleras, proponen incluso la fracturación hidráulica (fracking) para aumentar la extracción de gas y petróleo del subsuelo de las ya muy menguadas reservas nacionales. Ellos no conciben al país en otras perspectivas económicas diferentes y le dan poca importancia al cambio climático. Se han visto obligados recientemente a incluir el tema, sin ninguna convicción, en sus discursos de campaña. Los partidos que los acompañan son precisamente los responsables de lo que ha pasado con la naturaleza y con la plata de las regalías.
En los aspectos anteriores, el caso más emblemático lo representa La Guajira, la más golpeada en ambos sentidos. Tenemos por un lado, la devastación ecosistémica por tener la gran mina de carbón a cielo abierto con una producción de riqueza de más de 7 millones de dólares diarios, en medio de la extrema pobreza y mortandad de niños vulnerables. Una clase política que se robó casi todas las regalías y que hoy; aún hambrientas de más, apoyan los unos a Iván y los otros a Germán. Por el otro lado, son los trabajadores mineros los que más apoyan a Gustavo Petro.