¡Estamos en campaña política! Sí, ciertamente así es. Y pareciera que la expresión da por sentado que muchas cosas, en ese contexto y posterior a él, son permitidas. Es la época en la que reaparecen y aparecen los que se hacen llamar políticos; todos ellos, con su séquito, dispuestos a dar la pelea con el fin de ocupar los cargos que les permiten ser reconocidos como administradores del erario público, luego de un supuesto y transparente ejercicio democrático. No existe un vademécum que oriente de forma pormenorizada el proceso de cómo debe desarrollarse una campaña política; sin embargo, sí tenemos conocimiento de algunas prácticas históricas que muestran el modus operandi de los candidatos o maquinarias políticas quienes, con su equipo de trabajo, estarán dispuestos a hacer lo que sea para alcanzar el triunfo, como si la política consistiera en una batalla o una competencia.
Las primeras cosas que nos alertan son precisamente las fechas de las elecciones, y de ellas depende el tiempo (legal o no) de desarrollo de la campaña; varias de ellas inician, incluso, antes de lo permitido, quizás de forma soterrada, solapada o “frentera”; desde meses atrás se empiezan a escuchar nombres de los posibles candidatos, algunos de ellos conocidos, muy conocidos, pero otros (la verdad sea dicha) parece que solo los conocen en sus casas. Entonces expresiones cómo “este será apoyado por”, “este es el candidato de”, “aquel es de la familia tal”, se escuchan por doquier; con mucha anterioridad, variados slogans sin nombre alguno empiezan a aparecer en carros, vallas y otros lugares públicos. Se asume que es la manera cómo algunos quieren empezar a “inocular” las ideas que supuestamente los llevarán al poder. No faltan quienes dicen estar trabajando por la ciudad con un interés neutral, y luego cuando llega el tiempo de oficializar las candidaturas se comprende cuál era su objetivo realmente.
Esto sucede en el ámbito urbano y rural. Los líderes ya saben cómo es el asunto; conocen cómo se procede y cómo se manejan los intríngulis propios de la situación. La gente se empieza a motivar por el tema y las reuniones en casas, barrios, estadios, campos, patios, salones de eventos y lugares públicos son muestra de que “la viana va en serio” y que esto ya arrancó de verdad. Entonces el tema de cuántos votos pondrás tú o él, aquel, aquella o ellos hace parte sustancial del proceso. Muchos se atreven a hablar del número exacto de votantes; así, se escucha decir que tal persona pone tanto, tal familia tanto y tal candidato le pone a este otro tal número. Todo con la mayor normalidad del caso, pues estamos en campaña.
Las reuniones políticas empiezan a hacer parte de las agendas personales y hasta familiares. Es el tema de moda, no importa la condición social a la que pertenezcas. La pregunta ¿a quién le estás haciendo campaña? o ¿por quién vas a votar? son del todo recurrentes; y no es para menos, muchos dependemos laboralmente de los famosos puestos políticos que todos sabemos como funcionan. Es triste escuchar expresiones como: “debo votar por…para conservar el puesto” o “debo colocarle tantos votos a…para seguir donde estoy”; peor aún, ¿cuántos hay que después de “trabajar en la campaña de” y obtener el puesto anhelado tiene que dar parte de su sueldo como cuota? Lamentable realidad.
“El tema es de plata”, se dice. Por eso se sabe incluso que una gobernación, una alcaldía, un concejo, una asamblea tienen valor. Así como se sabe cuántos votos se necesitan para que el candidato “salga”, de igual forma se sabe cuál es el valor que gasta un posible gobernante para llegar a su objetivo final. La campaña cuesta, vale un billete grueso, de ahí la necesidad de recurrir a financiadores que estén dispuestos a invertir; si se gana, pues mirar con qué proyectos se puede recuperar esa platica. De esta manera, y con la mayor apertura del caso, se habla de estos temas durante una campaña; por eso, y en consecuencia con ello, finalmente la mejor campaña es aquella donde más se invierta. Eso está en la mente de los que votamos, por eso no es extraño escuchar que x o y candidato ganó porque fue quien más invirtió o, como dirían popularmente: “Ese sale porque lo está apoyando fulano/a que si tiene billete”.
Como un elemento inherente a la campaña, aparecen igualmente los famosos discursos políticos. Discursos que, en su mayoría, están cargados de una sarta de promesas por cumplir cuando no de un conjunto de improperios hacía sus contendores, opositores o predecesores. Al pueblo parece gustarle este modo de obrar, pues entre más fuertes sean los insultos y entre más alto sea el tono de voz del candidato, la ovación es mayor. De ahí que las campañas sean un hervidero de manipulación, donde la masa una y otra vez cae en la tentación de creer que el futuro promisorio está próximo y ese que está en la tarima llega con “poder para redimir”. Aquí es donde la memoria ha desaparecido por completo.
Para concluir, y citar un último condimento (no menos importante) ¿qué decir de la publicidad política? Esa que es pagada, pero se convierte en PESADA y PASADA al mismo tiempo. Sabemos que estamos en campaña porque es abundante la publicidad con la cual los candidatos quieren darse a conocer. Aunque hay unos límites legales para tal efecto, no terminamos de comprender por qué algunas campañas parecieran no conocer el término proporcionalidad en un aspecto que debe gozar de estética, belleza y equilibrio. Algunos piensan que entre más carteles, vayas, camisetas, manillas, pancartas, pasacalles, calcomanías y otra serie de elementos se coloquen a la vista de todos, más será la posibilidad de ganar; realmente lo que producen es un malestar visual generalizado donde la gente posiblemente se canse de verlos y termine por aborrecer una de las prácticas más nobles como es la de elegir a sus gobernantes. ¿Quién controla la contaminación visual que produce tanta publicidad política en una ciudad? Da la impresión que nadie. Hay ciudades donde las calles, postes, paredes y el mismo espacio público no soportan más, y es obvio que la situación se agudiza con el silencio de quienes nos vemos perjudicados. La publicidad política de nuestras campañas reflejan cuán deseosos estamos de poder, y cuán megalómanos podemos llegar a ser sin importarnos los demás. Encontrar carteles superpuestos unos encima de los otros, publicidad rota y, sobre todo, exageradamente abundante es razón suficiente para desconfiar de los intereses de quienes ostentan el poder de manera pública. Por eso muchos se han venido cansando del tema, prefiriendo callar o, simplemente, expresar su descontento afirmando que en las próximas elecciones se abstendrán de votar o votarán en blanco.