Quizá se equivocan quienes afirman que con la extradición Otoniel, el depredador de largo prontuario recientemente capturado en una operación que el gobierno ha insistido en divulgar como comparable a la caída de Pablo Escobar, el país perderá la más grande oportunidad de conocer la verdad o de imponer justicia local tras su honda huella de crímenes, de violación, masacres, asesinatos, esclavitud, compra de funcionarios, en suma, por ese historial de bestialidad con el que se ensañó dejando territorios, comunidades y personas arrasadas.
Nunca es así. No acá. En Colombia la justicia no parece ya para hacer justicia en casos grandes o diminutos; la verdad no es tanta y la reparación es mucho menos que enjuta.
En pocas palabras, si a este tipo no lo extraditan en breve y sin espacio a interminables debates, el país pasará los próximos días, quizá meses o años, analizando a petición de sus abogados si es o no aceptado en la Jurisdicción Especial de Paz (JEP); pronto se generará el ineludible conflicto que consumirá páginas de prensa y ríos de radio para definir competencias; el Fiscal y el presidente se arrancarán la piel de frente a la JEP en algo que será tan solo el preludio, la apertura del telón hacia una agotadora puesta en escena.
Asistiremos en menos de nada al altercado humanitario y tecnicista que derrochará mares de tinta: este hombre está enfermo y merece pasar su reclusión en una enfermería a la altura de sus necesidades y recursos; no se siguió el debido proceso en la captura, fue “victimizado” tirándolo de cara al piso y atándole las manos; ya se verán rebosar tutelas en búsqueda de permitirle atender personalmente el cuidado de sus hijos huérfanos, ejercer el derecho al trabajo, hacer tiempo en una guarnición militar o en casa porque en la cárcel corre peligro y, quien pudiera creerlo, ha recibido innumerables amenazas.
De permanecer acá asistiremos en lo que sabemos de memoria porque la letra con sangre entra, al demacrado entretenimiento de petición de perdón a las víctimas como noticia cotidiana; al escamoteo y testaferrato de sus riquezas; sabremos de la libertad por vencimiento de términos, de la liberación y recaptura; seremos consumidores ávidos de esa crónica roja en cuyo argumento el acusado inculpa a políticos y personajes que le devuelven guantazos entre una bruma que hace aparecer y desaparecer testigos, ejércitos de abogados que se tornan en protagonistas de un carrusel de transacciones.
No puede descartarse que más avanzado el capítulo de Otoniel y cuando ya haya sido noticia que en su celda están permitidos whisky, papeletas, compañeras y telecomunicaciones, este reconduzca el hilo desenmascarando que no lo capturaron, sino que a las buenas se entregó; que de tiempo atrás venía negociando términos de acuerdo, y así, ni más ni menos, pasará a engordar el expediente con la mala y rentable costumbre de convertirse en libreto, en descrédito, en una profunda trama de confusión a la que pasado el tiempo se le impone el letrero grande y rojo con la fórmula ARCHÍVESE.
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La extradición es reconocimiento de la incapacidad de sancionar y reparar, pero es lo que queda cuando el sistema de justicia se ha ahogado en su propio vómito
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Desde luego, la extradición de nacionales es una profunda forma de claudicación, un poco de reconocimiento de la inviabilidad de los jueces y las penas nacionales, de la incapacidad de sancionar y reparar, la certeza de que aquí todo puede volver atrás. Pero es lo que hay, es lo que queda cuando el sistema de justicia local se ha embriagado y ahogado en su propio vómito.
Por supuesto también, de ser extraditado, Otoniel o este alias negociará con la justicia en EE.UU, pues el sistema como cualquier comercio humano está concebido así entre una cuenta corriente de delitos y rebajas; seguramente entregue algo y entre eso consiga poner más miras de asalto contra la banda delincuencial de Nicolás Maduro en Venezuela u otros criminales en Colombia, contra la agrupación guerrillera, organizaciones paramilitares, mafias de delitos que afecten intereses norteamericanos, hasta algunos figurantes de la cotidianidad.
Desde muchos puntos de vista mejor una celda en los EE.UU. que una casa por cárcel con privilegios acá. Incluso él, este depredador que se hace llamar Otoniel, parece subrayar que lo prefiere.
Publicada originalmente el 28 de octubre 2021