Llegué a la política gracias a las orejas de un elefante

Llegué a la política gracias a las orejas de un elefante

Por: Daniel Alejandro Páez
abril 02, 2015
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Llegué a la política gracias a las orejas de un elefante

Cuando hablo con amigos y familiares suelen mostrarse un poco incómodos por mi gusto por la política, yo percibo esa incomodidad porque evitan seguir con el tema, seguramente piensan que no se puede ser tan ingenuo hoy en día como para creer en ese remedo. Prefieren en cambio seguir sus vidas esquivando este molesto tema.

Debo reconocer que ese prejuicio a mí también me embargaba, me parecía repulsivo ver a esos sujetos del congreso en cócteles y en fotografías de la revista Cromos y Semana mientras mi familia trataba de llegar a fin de mes. O ver a magistrados viajando en primera clase mientras yo viajaba en un bus de Conalmicros. Había algo que no me cuadraba, y es comprensible, los políticos en nada se parecían a mí. Sin embargo, mientras llevaba esa vida de adolescente tuve la oportunidad de experimentar algunos gustos y lujos. Uno de ellos fue la lectura. Leí obras tan variadas como las de Julio Verne, Milán Kundera, José Saramago, Andrés Caicedo, Dostoiesvki, entre muchos otros, y supe que no eran competencia contra los simples programas que pasaban en televisión. Tuve la oportunidad, de conocer la poesía de Benedetti, Bukowsky y Chejov, así como la poesía hecha melodía como la de Bert Kaempfert, Ray Connifff o las Polkas rusas. Esta oportunidad me llegó como mucho en la vida, por la suerte que implica tener un padre casi sordo que escuchaba estos discos a todo volumen los días domingos mientras limpiaba su bicicleta.

Yo, que desde los ocho años dejé de pisar una iglesia, aprendí a tocar guitarra y a leer partituras musicales gracias a un grupo de misioneros católicos que en el barrio ofrecieron clases de guitarra a los vecinos interesados y con tiempo los sábados en la mañana. Clases que luego usé en presentaciones intercolegiales para hacer sonar algunos acordes de Nirvana y Cranberries.

Recuerdo también que a los catorce años, vi cerca a mi casa en el centro de Bogotá, un cartel en un muro que invitaba a charlas en el Planetario sobre el Sistema solar y en particular sobre Marte y los recientes hallazgos de las sondas enviadas a ese planeta. Como tenía la fortuna de vivir a pocas cuadras y no me alcanzaba para entrar al cine Embajador, decidí ir a las charlas donde conocí más de la superficie del planeta rojo que la de cualquier alfombra roja donde transitara el presidente o sus ministros.

Estas experiencias, y seguro otras más, me llevaron a tener un gran amor por el universo entero y una gran humildad de mi lugar en él, así como un gran amor por todas las especies que habitan este planeta. Especies que luego seguí contemplando con mucho empeño: mariposas, orquídeas, perros, caballos y mi hoy favorito, el elefante.

Todas estos regalos que por fortuna, suerte y azar he tenido me han llevado a amar mucho la vida y a querer compartir esta alegría con mucha gente, pues hoy, a mis veintinueve años de edad, no considero justo que los niños, adolescentes y adultos dependan sólo de la suerte para aprender a amar la vida con las bellezas que existen alrededor.

No creo que se necesite mucha erudición para poder apreciar una buena polka, un poema, un viaje al centro de la tierra, los colores de una orquídea o las orejas de un elefante. Sólo se necesita una oportunidad, una oportunidad de conocer, una oportunidad de escuchar una bella melodía de trompeta y tener el tiempo de degustar un buen libro. Se necesita esa gran oportunidad. Y entonces entendí que esas cosas no hay que dejarlas al azar, que todos/as merecemos esas satisfacciones. Entendí que los suertudos, tenemos un feliz compromiso de compartir con los demás estas dimensiones de la vida. Entendí más tarde, y no hace mucho, que eso me convertía un sujeto, y este deseo, me convertía en sujeto de cambio, luego, mientras divagaba con estas ideas escuché a alguien decir que de eso se trataba justamente la política. Eso y nada más: entenderse como sujeto de cambios y transformaciones de su entorno guiado por sus más hondos deseos.

Hoy amo la política y quiero aprender más de ella, porque la entiendo diferente, ya no como las alharacas tediosas de regalías y concesiones en almuerzos en el hotel Tequendama. Mi amor y empeño en la política no llegó por la sola política de noticiero, sino por el arte y la naturaleza.

La veo como un gran espacio para generar oportunidades a mucha gente a través de un recurso organizado (o por organizar), como el Estado y transformar así nuestros más gratos y altruistas deseos en realidad. Gratos deseos como que miles de personas también tengan la oportunidad algún día de inspirarse y ser más felices y hacer más felices a otros deleitándose como yo sólo por fortuna pude, con música exquisita, bella prosa literaria o con las orejas de un elefante.

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