Entre los años 2010 y 2013 asistimos en Oriente Medio y el Magreb a una serie de movilizaciones y manifestaciones masivas que fueron conocidas en su momento como la "primavera árabe", un fenómeno político y sociológico inesperado que derribó la caída de los regímenes autoritarios de Egipto, Libia y Túnez y provocó la todavía no concluida guerra civil de Siria.
Ahora, cuando han pasado algunos años de aquellos acontecimientos, que no trajeron la verdadera democratización del mundo árabe, América Latina atraviesa un periodo convulso y crítico, debatiéndose entre un cambio de rumbo, sobre todo en lo que se refiere a determinadas políticas económicas, y el regreso de la izquierda -que perdió significativos gobiernos en todo el continente en los últimos años. El problema radica en que tanto la izquierda, como hemos vistos en Venezuela y Cuba, y la derecha, con el sangrante caso de la neoliberal Argentina de Macri, parecen no tener respuestas ante las demandas de sus ciudadanos y ambos modelos parecen no ser los adecuados para gestionar sus respectivas economías.
Venezuela, cuya revolución se inspiró en el famoso "socialismo del siglo XXI", cuyo principal ideólogo fue Hugo Chávez, constituye un fracaso monumental que tan solo ha generado pobreza, ausencia en los mercados de productos básicos, desabastecimiento, hiperinflación y un caos total en la justicia, la salud, la educación y la seguridad pública. Fruto de ese estado de cosas, la gravísima crisis ha generado el mayor éxodo -unas cinco millones de personas, el 17% de la población venezolana- en la historia de las Américas. Pese a todo, el régimen de Nicolás Maduro, incapaz de gestionar su inmensa riqueza petrolera y después de haber sumido al país en la mayor recesión de su historia en términos macroeconómicos, se resiste a negociar con la oposición y cambiar tan errático rumbo en sus desastrosas políticas.
Pero tampoco el modelo neoliberal, como ha sucedido en la Argentina de Mauricio Macri, ha logrado grandes éxitos en el continente. Macri, que intentaba introducir una serie de reformas tendentes a cambiar el Estado asistencial planificado por los peronistas y sobre todo por los Kirchner, ha fracasado en sus planes y la economía no da señales muy optimistas y positivas, sino más bien lo contrario: el cuadro macroeconómico da señales de que el país está inmerso en una grave recesión. El peso se ha hundido frente al dólar abruptamente, pasando de los ocho pesos frente al dólar de la época Kirchner frente a los 65 actuales; la pobreza ya alcanza casi al 35% de la población argentina; en septiembre de 2019 la inflación anual llegó al 53%, una cifra desconocida desde hacía décadas; y, finalmente, como guinda de la tarta, el país está totalmente descapitalizado debido a la masiva fuga de capitales por parte de unos argentinos que temen un colapso total del sistema -hay 380.000 millones de dólares procedentes de los argentinos en el exterior.
Masivas protestas en Bolivia, Chile, Ecuador y Perú
Pero las cosas se pueden torcer para los gobiernos latinoamericanos, tal como se ha visto en las recientes crisis en Bolivia, Chile, Ecuador y Perú, en que asistimos a masivas protestas por diversos motivos. Cualquier chispa puede encender el polvorín sobre el que vive la región. En Bolivia, las últimas elecciones, lejos de traer la paz social, provocaron una oleada de manifestaciones violentas en varias ciudades tras conocerse los resultados electorales que confirmaban la elección de Evo Morales para un cuarto mandato presidencial. La oposición acusó al gobierno y a las autoridades electorales de haber perpetrado un fraude masivo y de haberle privado a la oposición, cuyo candidato era Carlos Mesa, de una segunda vuelta en la que tenían puestas todas sus esperanzas para lograr una victoria. Las manifestaciones continúan por el momento y el pulso entre el gobierno, al que le han pedido la Unión Europea (UE) y la OEA que celebre la segunda vuelta, y la oposición está servido.
En lo que respecta a Chile, la decisión de las autoridades de subir el precio del billete del metro generó una protesta multitudinaria en rechazo a la medida y que arrasó con numerosos bienes públicos de la ciudad de Santiago de Chile, causando decenas de heridos y dieciocho muertos. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, acabó revocando la decisión pero eso no fue óbice para que más de un millón de personas se echaran a la calle en la más grande manifestación de la historia del país, demandando cambios en la políticas social y económica del gobierno, en una protesta tan numerosa y unánime que revela el malestar que surca a la sociedad de Chile ante un modelo social considerado injusto por muchos chilenos. Piñera, totalmente desacreditado ahora, ha anunciado cambios en el gobierno, pero quizá sea demasiado tarde.
Ecuador también se vio sumido en una serie de revueltas y protestas tras la decisión del gobierno de subir el precio del carburante de una forma abusiva y desproporcionada, concitando el rechazo por parte de numerosos grupos sociales, entre ellos indígenas, y provocando el repudio por parte de la sociedad hacia el gobierno. Las manifestaciones llegaron hasta el centro histórico de Quito, llegando a cercar al gobierno y provocando su marcha hacia Guayaquil, hasta donde llegó el acosado presidente Lenín Moreno, quien llegó a acusar al expresidente Rafael Correa de estar detrás de las protestas que provocaron el caos y numerosos daños en la ciudad. Mientras tanto, Correa, desde Bruselas, consideró al presidente Moreno como un traidor a los principios con los que fue elegido y de ser un "farsante".
También Perú se ha visto inmersa en numerosas protestas en los últimos meses por parte de algunos colectivos ciudadanos cansados de tanta corrupción y de unos partidos políticos incapaces de canalizar sus demandas en las instituciones. Los últimos presidentes peruanos se han visto implicados en sonoros casos de corrupción. Alberto Fujimori (1990-2000) está en la cárcel pese a estar gravemente enfermo por violaciones de los derechos humanos, abuso de poder y otros delitos graves; Alejandro Toledo (2001-2006) está a punto de ser extraditado desde los Estados Unidos tras haber recibido presuntamente veinte millones de dólares procedentes de la trama Odebrecht; Alán García (2006-2011) se suicidó de una forma dramática cuando las fuerzas policiales que iban a detenerle por corrupto llegaron a su despacho; el populista Ollanta Humala (2011-2016) pasó por la cárcel también tras haberse visto envuelto en otro escándalo de corrupción junto con su esposa, Nadine Heredia; y, finalmente, el último presidente electo, Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018), fue destituido y después detenido tras ser acusado de "lavado de activos con agravante de pertenencia a organización criminal", un delito que también está ligado a la trama Odebrecht. Todos estos casos, junto con otros menores, han creado un estado de malestar en Perú que se ha manifestado en la calle y que seguramente influirá en el resultado de los próximos comicios; la clase política está totalmente desacreditada y desautorizada.
Así las cosas, y vistos estos antecedentes, ¿se puede hablar una primavera latinoamericana? Es pronto para vez el alcance y el impacto de estas protestas en los países donde se han producido, aunque es evidente que las redes sociales están cambiando el mundo y que ahora las agendas políticas ya no lo determinan tanto los partidos políticos y sus líderes, sino estos instrumentos globales e inmediatos. Los gobiernos se han visto obligados a ceder ante el empuje de estos movimientos, muchas veces convocados a través de las redes, y no cabe duda de que nos encontramos ante el inicio de una nueva era política.