Ahora que se encuentra en curso el proceso de inscripción de candidatos para las elecciones de autoridades locales encontramos cómo los ideales e historia política no tienen ningún valor. También, cómo muchos candidatos traicionan su corriente política y las ideas por las que han luchado durante su carrera política por alcanzar un aval y un respaldo que logren garantizarle el triunfo este 27 de octubre.
A través de la historia hemos avanzado, superado y dejado atrás para bien esa estela de violencia, muerte y dolor que trajo la disputa partidista, donde nos consumía el odio contra los integrantes de otros partidos y era inimaginable que un militante del Partido Conservador apoyara con su voto al candidato del Partido Liberal o viceversa.
Pues bien, en la actualidad evidenciamos cómo ha cambiado esta disputa e animadversión entre los miembros de los diferentes partidos. Se presenta un meretricio político, donde los “líderes” o aspirantes que enarbolaban las banderas de un partido o movimiento político sinvergüenza o desparpajo empuñan la de otro partido, contrario al pensamiento, doctrina o ideales del que fungió como representante u ostentó una dignidad.
Es muy común encontrar cómo un conservador recalcitrante, que en vieja data llamaban “godo” por sus ideas, pretenda ahora conquistar el apoyo y voto de los liberales “cachiporros” o inversamente, sin que medien postulados o propuestas que propicien un punto de encuentro, demostrando de esta manera la prevalencia de unos intereses particulares mas no los de la colectividad.
Pero esto no solo les incumbe a los votantes o candidatos, por el contrario es inculcado, patrocinado y afianzado por los partidos políticos, que olvidándose de sus principios y el fortalecimiento de programático de su colectividad, sobreponen los intereses electorales para demostrar al final de cada ejercicio democrático una cantidad significativa de escaños en concejos, asambleas, gobernaciones y alcaldías.
Los mecanismos de escogencia de candidatos en los diferentes partidos son amañados, oportunistas y sin reglas claras, cuando deberían ser transparentes y democráticos. En muchas regiones esto se presta para que los gamonales, castas o familias políticas de manera dictatorial funjan como candidato o candidatos de su colectividad a personas que no representan sus postulados, impulsando con esto la indisciplina, atentando con la unidad y coherencia política.
Es por ello que la credibilidad de los partidos está más desgastada y deteriorada, y que a pesar del esfuerzo en legislar para contribuir y lograr el fortalecimiento de los partidos, esto ha sido un completo fracaso. Ahora reina el transfuguismo, la falta de identidad política y hace carrera la recolección de firmas. Lastimosamente, los trámites y requisitos para este procedimiento lo hacen dispendioso y costoso, obligando en últimas a los comités que optaron por esta opción a buscar un partido que los avale.
Es hora de una vez por todas de implementar la reforma política, que los partidos realmente adopten reglas, se organicen y funcionen como debe ser. Así mismo, que se establezca un verdadero sistema de identificación y registro que permita establecer la militancia o pertenencia a esa organización política, que permita castigar la doble militancia. Solo así podemos pensar el resurgir y fortalecimiento de los partidos, de lo contrario los estaríamos condenando a su decadencia y desaparición.