Hoy cuando estamos ad portas de asistir al acto de dejación del cien por ciento de las armas por parte de la guerrilla de las FARC, como parte de los compromisos adquiridos por este grupo en el acuerdo final de paz, y acto del que pensábamos que era imposible de ver hace un tiempo, es hora de hablar también de otro desarme.
Más de seis décadas marcadas por el dolor, por la tristeza, por el odio, por el sufrimiento, por la violencia, por la sangre, por la muerte, por el desplazamiento, por las balas, por los tanques, y por las bombas deben quedar atrás de manera definitiva, es hora del desarme, no solamente de las armas empuñadas por los violentos durante mucho tiempo sino también de los odios, los rencores y la indiferencia que muchísimos colombianos hemos albergado en nuestros corazones.
Es necesario si de verdad queremos estar ante una nueva realidad en Colombia, una en que las armas y las balas dejen de marcar el rumbo y en que el poder de la violencia dejen de determinar quien vive y quien no, que los Colombianos desarmemos los corazones, que dejemos de ser indiferentes ante miles de niños que se mueren de hambre, ante miles de compatriotas que hoy no tienen acceso a un sistema de salud optimo y oportuno, ante miles de jóvenes que hoy no tienen acceso a la educación superior y ante miles de ciudadanos que hoy no tienen un trabajo digno que les permita llevar a casa los ingresos necesarios para la subsistencia del hogar.
En vano será que la guerrilla de las FARC hoy entregue sus fusiles, sus pistolas y sus balas a la Misión de la ONU, si en las ciudades de nuestro país sigue pernoctando el odio, la violencia y el rencor, y en donde el deseo de reconciliación, perdón y unidad no deja de ser más que un oasis en el desierto. La Colombia que tenemos la oportunidad de construir es la de un país distinto donde no utilicemos el dolor causado por la violencia como herramienta para hacer política, donde no seamos indiferentes ante los males de los demás, donde estemos dispuestos a pasar la página del terror y donde desde las familias aprendamos a solucionar los conflictos sin necesidad de utilizar el poder de la violencia y aprendamos a utilizar el arma de la conversación y el dialogo.
Llego la hora pues entonces de desarmar nuestros corazones y darle el chance a la paz, una paz construida desde la cotidianidad de cada uno, una paz sin matices ni color político, una que no le pertenece a x o y político, una que solo es posible conseguir si nos los proponemos, y que ojala en el futuro podamos decir parafraseando al Presidente Macron: todo el mundo decía que era imposible ¡Porque no conocían Colombia!