La Francia del siglo XIX, en medio de sus rebeliones, sus restauraciones y su pueblo siempre dispuesto a la lucha, fue un teatro natural para reconocer cuales son las relaciones entre las vicisitudes económicas y los hechos políticos. Desde la revolución de 1789, pasando por el golpe de estado de Luis Bonaparte y la gloriosa Comuna de París, cada hecho dio cuenta de que la era que se estaba inaugurando no sería más la de los grandes nombres, sino que las clases laboriosas, que durante siglos se ubicaron en el trasfondo del relato histórico, pasarían a ejercer un papel protagónico.
En medio de tales situaciones, un pensador alemán supo hallar una enseñanza de vital importancia para entender lo que somos como seres humanos: las personas nos relacionamos en condiciones que no son decididas por nosotros, heredadas de generación en generación, pero que podemos cambiar. No somos presos de un destino dictado por la divinidad, pero sí somos atravesados por fuerzas económicas, culturales y políticas que escapan de nuestra voluntad. No obstante, cambiar la situación es posible, partiendo del conocimiento de las relaciones contradictorias y desiguales que edifican la sociedad humana.
Para quienes buscamos entender a Colombia con el objetivo de transformarla, lo sucedido el domingo 26 de agosto de 2018 será un capítulo especial. Contra todo pronóstico, luego de unas elecciones legislativas y presidenciales donde parecía incólume la clase política tradicional —ahora agrupada en un reencauche del Frente Nacional—, se demostró que no todo está escrito, y que el espacio para la lucha por lo cambios requeridos es bastante amplio. Los más de once millones y medio de votos, cantidad mayor a la que eligió a Iván Duque como presidente, se manifestaron en contra de los peores vicios de la clase política que ha sumido al país en la desigualdad, la ruina económica y la negación de los derechos básicos.
Las elecciones, como reflejo de la temperatura de las tensiones sociales, dejan ver un considerable crecimiento del inconformismo. Este ensanchamiento del ánimo de cambio ha ido acompañado con la construcción de nuevas iniciativas como la Coalición Colombia, la cual posee una numerosa cantidad de parlamentarios que desde sus curules tienen la capacidad de actuar de manera consecuente con el mandato de millones de ciudadanos inconformes con el remedo de democracia que impera.
En resumen, ni Duque, ni los futuros cipayos que busquen seguir usurpando la soberanía nacional y la auténtica democracia la tienen fácil para prolongar sus tropelías. Lo que indican los hechos es que las condiciones están cambiando, y que en el horizonte se proyectan nuevas luchas, en las cuales los nuevos liderazgos que puedan surgir en la brega electoral de 2019 jugarán un papel protagónico. Por eso, el resultado de la consulta anticorrupción no puede sino celebrarse siendo un llamado a la iniciativa, a la actividad práctica cómo sustento del cambio, imparable si el compromiso aumenta su calidad apuntando a derrotar a quienes sostienen el actual estado de cosas.