Quizá no hay persona que más haya hablado en Colombia contra los clanes políticos, las castas regionales y las cancerígenas alianzas de poder que han sumido el país en el atraso, la corrupción y la pobreza como Gustavo Petro. El 19 de junio en medio de su discurso en el Movistar Arena proclamó que “el cambio en la política colombiana ha llegado”, mientras que Francia Márquez levantaba palabras de ilusión para un gobierno de los “nadies” en el país.
Toda esta ola de esperanza bien vendida por el Pacho Histórico mediante agresivas campañas publicitarias, y a costa del descrédito del contradictor, calaron muy bien en una gran parte de la población, al punto que hoy muchos no pueden ver lo que realmente se está moviendo al interior del petrismo y de la política nacional.
Gustavo Petro, sin duda, rompió su techo electoral gracias a las alianzas regionales y al fichaje de Roy Barreras y Armando Benedetti —gurús de la maquinaria y la manzanilla electoral— allanando el camino para que el Pacto Histórico cayera en la contradicción más grande de la historia política reciente: entregar años de discurso contra las maquinarias en favor de la victoria en las urnas.
Con la credencial de presidente en el bolsillo, el país conoció una versión de Gustavo Petro que muy pocos habían imaginado: un político pragmático, calculador y provisto de una frialdad comparable solo a la de Juan Manuel Santos en 2014.
Bajo el lema de “acuerdo nacional” planteó una alianza política jamás vista con el objetivo de sacar adelante las reformas en el Congreso de la República. A pesar de haber prometido hasta el cansancio realizar una profunda renovación en la forma de hacer política, Petro terminó sumando congresistas sin filtrar y establecer parámetros mínimos en cuanto a escándalos, antecedentes o ideología.
En este afán por lograr la gobernabilidad, recibió a César Gaviria en medio de su retiro espiritual en Florencia Italia y logró que el expresidente —históricamente un gran crítico del proyecto y quien apoyó a Federico Gutiérrez— se sumara a su coalición y trajera consigo un grupo de congresistas cuestionados como la senadora Claudia María Pérez Giraldo, cuñada y heredera política del corrupto excongresista Eduardo Pulgar; la también senadora Laura Fortich, cuñada del capturado político Álvaro Ashton, y los herederos políticos del cuestionado senador Julián Bedoya, entre otros.
Escandaloso para un grupo político que por años le declaró la guerra a la politiquería del país, recibir los cuestionados apoyos del Partido de la U encabezado por la familia Besaile
Pero, si lo anterior no fuera lo suficientemente escandaloso para un grupo político que por años le declaró la guerra a la politiquería del país, también recibió los cuestionados apoyos del Partido de la U, encabezado por la familia Besaile, el clan de los Gnecco, Juan Felipe Lemos —sobrino del condenado Mario Uribe— y Alfredo Deluque, inmerso en varios escándalos de corrupción en La Guajira.
Para ponerle la cereza a este pastel construido a punta de promesas y mermelada, el Partido Conservador traicionó a gran parte de su electorado y en la cabeza del senador antioqueño Carlos Andrés Trujillo decidió no hacerle oposición a un rival político histórico en un evidente acto de lagartearía y clientelismo, lo que terminó sumándole a la coalición del cambio figuras polémicas e inmersas en grandes escándalos como los congresistas Nadia Blel y Juan Samy Merheg.
Pero a pesar de los grandes cuestionamientos en que hoy está inmersa gran parte de la coalición petrista, el presidente electo insiste en que su gobierno producirá el cambio en la política colombiana, aun cuando tiene la Casa de Nariño hipotecada a los clanes políticos más peligrosos del país. Con este panorama difícilmente podrá lidiar el nuevo gobierno con el voraz apetito de sus nuevos aliados quienes de a poco terminarán dominando todas las entidades del estado tal como ha venido sucediendo históricamente en el país.
Adenda: Ojalá que todos los congresistas y funcionarios del nuevo gobierno tengan mejor inteligencia emocional que el senador Gustavo Bolívar para responderle a quienes nos atrevemos a criticarlos.