Viajar por el río Magdalena es tomarle el pulso a la arteria central de Colombia. Es ver el agua, los bosques, las selvas, ciénegas y todos los verdes posibles de una biodiversidad que la guerra se ha querido devorar para engordar las arcas del capital minero y cocalero.
Con la llegada de los paramilitares empezó el uso de los trasmallos –grandes redes de pesca-, y con ello la disminución del bocachico. Quienes antes sacaban 150 peces al día empezaron a llenar sus canoas con más de mil. Con los excedentes de dinero proliferaron los bares y las discotecas y los hábitos de los pescadores artesanales se transformaron con el licor.
Poco a poco se fueron acabando los peces y los trasmallos a quedarse sin oficio. Los pescadores volvieron al anzuelo, pero estas son épocas de escasez.
Cuatro ríos, ocho ciénagas, cuarenta quebradas y más de treinta humedales rodean a San Pablo. Una riqueza de agua dulce que dentro de poco se convertirá en el puerto internacional más grande de Colombia. El puerto IMPALA espera mover 1.5 millones de carbón y 3 millones de toneladas de petróleo hacia el mundo.
Hoy se está trabajando en la recuperación de la navegabilidad del Magdalena y los barcos que trabajan en el dragado generan un oleaje que está ganándole terreno a los pueblos ribereños. San Pablo ya ha perdido varias casas de sus orillas.