Estamos ad portas de las elecciones y desde hace unos meses atrás se dio el pitazo inicial que anuncia que la temporada de mercadería electoral ha iniciado. No hay que ser un andariego para saber que muchas ciudades y pueblos del país están ataviadas de murales, pancartas, pasacalles y gigantescos pendones con caras de políticos sonrientes, mirando al horizonte como visionando un mejor futuro, otros acompañados por sus consortes, y otros con sus aliados dándose la mano como si concretaran el negocio de sus vidas (como desangrar el erario público) ya se asemejan a los consultorios de brujas y chamanes atestados de imágenes de santos y demonios, carros vallas con estridentes perifoneos con famosas y pegajosas canciones del momento plagiadas con el mensaje que quiere hacer llegar el personajillo en campaña y que hacen sangrar los oídos de los incautos ciudadanos de a pie.
Como si de una naciente secta secreta se tratara realizan reuniones en casas de familia adornado de la imagen inmaculada del aspirante a roedor con traje y curul, amenizado por un ‘’sanduchito’’ de pollo o empanadas con gaseosa y de plato fuerte un discurso fervoroso con frases de cajón que cualquiera puede recitar como el católico que reza el Padre Nuestro, pero todo esto no sin antes convencer con una perorata casi que religiosa al dueño de casa con algún favorcito político para que su inmueble sea prestado para este circo.
La falta de oportunidades de empleo hace que muchos se enlisten en las sedes de campaña y se uniformen con camisas, gorras y se armen con volantes, almanaques, y pasacalles del susodicho candidato y se paren en semáforos, recorran barrios en las mal llamadas avanzadas bajo el inclemente sol y con la piel tostada por unos pesitos y un almuerzo. Adicional a ello en esas sedes se observan filas de personas con rostro de ilusión, angustia y esperanza tratando de concretar una cita con el ‘’doctor’’ y así poder pedirle el favorcito de adecuar la cancha del barrio, el salón de la JAC, la pavimentación de las vías de acceso a la vereda o pedirle empleo para algún hijo que lleva meses buscando trabajo sin ningún resultado, pero para desgracia de muchos todo esto se quedará solo en el papel porque cuando suba, desde lo más alto les hará pistola y se dedicará a retribuir los favores políticos a sus contribuyentes a la campaña.
Cuando huele a campaña, favores políticos y dinero, los lagartos, lagartijas y salamanquejas salen de sus madrigueras y hasta de debajo de las piedras a pegarse como sanguijuelas del primero que le pinte un buen negocio para desangrar el tesoro público. Son excelentes lacayos porque no reniegan, acuden prestos a la hora que los llamen y corren a formar como cuando la maestra gruñona ordena a sus alumnos chiquitines que hagan una fila. También hacen de captadores de fieles para sumarlos a la militancia política y si estos son empresarios y dueños de empresa, obligan a sus empleados a asistir como borregos a estos mítines y llevar consigo familiares, amigos o vecinos y de no cumplir con esta cuota corre peligro su trabajo.
Por eso como colombiano y ciudadano del común me pregunto: ¿será que cada temporada electoral vamos a ver más de los mismo? o ¿cuándo será el día que llegue la extinción de los lagartos y podamos presenciar unas contiendas libres de tanta lambonería? He dicho.