El raro, ambiguo, bello, aunque a veces visceral sentimiento que se ha despertado con Francia es casi una necesaria sorpresa en una sociedad que pide a gritos líderes de verdad, tal vez no estadistas, pero personas que hablen por esas mayorías impotentes que ella ha dado por nombrar, nadies.
Tal vez no me guste la elección de término, o incluso la dificultad en temas complejos de administración pública, pero ese fresco de no ver, por lo general, boludos de cuna de plata y evidente mesa siempre llena, no tiene igual.
Más allá de la revancha clasista, está la sensación de justicia y reivindicación. Yo creo que esa es la fuerza principal de esta ascendiente líder, es que brinda esperanza a quienes de eso ya poco.
En una reunión reciente nos encontramos con amigos y sus familias, afectos a quienes no habíamos visto en largo tiempo.
En el marco de unas, por decir lo menos, intensísimas elecciones presidenciales, al encontrar en el grupo profundas diferencias de opinión, sentí algo poderoso que en Colombia apenas empezamos a vislumbrar, pero está llegando.
Más que algunos comentarios maliciosos y argumentos propios, presentados sin pretensión de no escuchar al otro, no tuvimos más que abrazos y cariño para compartir. Y concluimos, tranquilamente, que a la final tendremos que seguir cada quien, desde su visión, haciendo su labor.
Más que ideologías que se enfrentan creo que lo que logramos, poco a poco, es buscar un país de justicia y oportunidades para cualquiera, sin importar discursos pasionales que ya no van.
El proceso de paz, hasta sus más férreos críticos deben admitir, ha creado un ambiente en donde podemos soñar, así sea tantico, con política pública que verdaderamente garantice derechos, incluso el de disentir sin odios, si no razones.
Con un cotidiano de bienestar social, a pesar de que sin duda se tendrá que seguir con la difícil condición de la mayoría. Pero que sea digno, que nadie sufra falta, menos cuando sabemos que están las maneras.
No importa realmente quien se nombre, o se elija, o autoelija, no debe haber pausa alguna en el logro de esa meta de humanidad, que tenemos, compartida. Que naide escupa sangre, pa quiotro viva major (Atahualpa Yupanqui).
