Vivimos tiempos sorprendentes. Algo está permitiendo que se le dé una vuelta a la espiral. Durante decenios muchas sociedades dejaron de lado las múltiples relaciones que recrean y reproducen la vida. Terminaron por aceptar como inevitables los lazos individuales al compás de una cotidianidad signada por el trabajo asalariado, la informalidad comercial y la producción de excedente. Una suerte de simplificación y limitación que ha permitido que la indiferencia y el egoísmo sean avalados como valores de éxito y estatus social.
Desde hace un par de meses, organismos en el límite de lo que consideramos la vida nos han hecho sentir la fragilidad como especie. Esos mismos seres patógenos, terriblemente pequeños, desconocidos y extraños, nos demuestran que toda acción biológica tiene efectos ecológicos planetarios. Nos muestran que la interconexión no es solo en términos de comunicaciones o pandemia, la interconexión es también dada por la economía de un modelo capitalista y extractivista que degrada todas las formas posibles de vida. Un modelo que extermina los reguladores del equilibrio planetario. Lo que nos está pasando nos interpela a pensar que nuestro rol ecológico debe ir más allá del que nos han querido imponer.
Sin embargo, luces de esperanza aparecen: otros ya han allanado la tierra. Desde hace una década, una fuerza social caracterizada por su heterogeneidad y multiespacialidad parece recorrer el mundo: manos, miradas, voces que llaman y alertan a ir mas allá, a pensar con efecto de lugar y futuro. Nos advierten que aprendamos de nuestras relaciones, en sus contradicciones y conflictos, y entendamos que dicha sensibilidad y conciencia dialéctica, también paradójica, nos puede permitir entendernos y comprendernos como posibles frente a la catástrofe.
Parte de esa fuerza en las relaciones no solo las expresan las sociedades y algunas gentes y redes, sino la naturaleza toda que somos. Naturaleza que podría defenderse creando y produciendo alteraciones o naturaleza afectada por invenciones tecnológicas que podrían conllevar mutaciones imprevisibles guiadas por codicias y realizaciones malthusianas. Las dos opciones son factibles e incluso podrían conjugarse en un escenario nefasto.
Por eso, hacemos un llamado para unirnos alrededor de una fuerza social que convoca alrededor de la autonomía y la capacidad de reencontrarnos de muchas y variadas formas; sin caer en tecnofobias o falsas utopías renacentistas. Se trata de reanimar lo colectivo, desde el cuidado y lo común. Asumiendo la contaminación y el entrever social, desde la relación solidaria entre producción, ecosistemas, bienestar y democracia. Entendiendo que el capitalismo no tiene mucho que ver con democracia y bienestar. En esta época global, capitalismo y realidad coinciden, capital y poder son lo mismo; pero no iguales, como nos lo muestran los desfases estatales. Y que más allá de los agobios mediáticos y de los ruidos paranoicos en redes, existen más razones que nos hacen más ebrios y danzantes. Más creadores y creadoras. Empecemos por asumirnos más relacionados, para comprender las necesidades de previsión y disminución de los contactos, entendiendo que aislarse no es la solución definitiva.
Esta pandemia ha llamado la atención sobre la lógica e implementación del cuidado y la salud en escala sociedad. Son evidentes dos aprendizajes: por una parte, la importancia de sistemas de salud pública universales, robustos, con capacidad de investigación y generación de nuevos conocimientos, atención integral, cuidado familiar y social, seguimiento, despliegue territorial. Por otra parte, en sintonía con lo que dijimos arriba, el lugar de la salud comunitaria, los saberes y conocimientos de cuidado en escala local que recreen otras maneras de entender la salud y que revitalizan las relaciones sociales y de diversidad que enfrentan la pandemia en corto.
La crisis también es un escenario en donde afloran demonios, en donde lo implícito se vuelve evidente. En estos días los gobernantes han enviado mensajes contradictorios, muestra de que entre más comprometidos con los gremios más imposibilitados de tomar medidas benéficas. Para ellos (los grandes empresarios), dejar de ganar no es admisible. En cambio para la mayoría de nosotros, con nuestra economía cotidiana y precaria, cada vez más endeudada, nos atemoriza un día más de intereses, un día menos de trabajo productivo… ¡de eso que ellos no conocen! Desde sus clubes y sus lugares de poder podrían tomar medidas macroeconómicas, frenar la especulación, garantizar mínimos vitales, pero no se atreven. Los gobiernos locales intentan tomar medidas en términos preventivos, pero sin una dinámica de articulación todo puede ser insuficiente.
De nuevo, la potencia social transformadora podría dar una lección, nadie es más fuerte que todos, los que de verdad somos más y los que tenemos la capacidad de hacer fuerza desde lo común: la fragilidad de nuestras vidas, la incapacidad de interpelar al poder económico, pero también el amor, el aprendizaje de la importancia del cuidado y la rabia de que otros sigan decidiendo, ahora literalmente, por nuestras vidas.