La permanencia de la conservadora Liz Truss como jefa del ejecutivo se había vuelto insostenible en los últimos días y dentro de su propio partido se habían multiplicado los llamamientos para que dimitiera. Todo empezó con la presentación en septiembre de un paquete de medidas económicas que preveía, entre otros, recortes de impuestos y apoyo a las facturas de energía. Todo esto sin un plan de financiación, lo que encendió todas las alertas sobre cómo quedarían las cuentas públicas.
Con este programa, Truss provocó un tsunami político y financiero en Londres. La libra cayó a su nivel más bajo histórico, los rendimientos de los bonos de Estado a largo plazo se habían disparado y el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir para impedir que la situación no degenerara en una crisis financiera.
Incluso el Fondo Monetario Internacional criticó el programa , algo inusual para esta institución que no se caracteriza justamente por criticar políticas liberales.
Truss cambió a su titular de Finanzas, su íntimo amigo Kwasi Kwarteng, el mismo que había presentado las controvertidas medidas. El nuevo ministro Jeremy Hunt anuló el lunes prácticamente todos los recortes de los impuestos presentados por Kwarteng. Pero este cambio no ha sido suficiente. Truss había perdido toda credibilidad.
El Partido conservador se enfrenta ahora al reto de conseguir a un líder que pueda federar al partido y tenga las espaldas para poder diseñar un programa para gestionar la situación económica tan tocada por la inflación, que ya supera el 10%.
Desde la oposición se piden elecciones anticipadas para zanjar la crisis política. "Los tories [conservadores] no pueden responder a su último descalabro simplemente chasqueando los dedos y modificando a los de arriba sin el consentimiento del pueblo británico. Necesitamos unas elecciones generales (...) ahora", dijo Keir Starmer, líder de la oposición laborista.