Soy un estudiante de comunicación social y periodismo de una de las tantas universidades de este país. Mi tiempo lo ocupo fácilmente leyendo literatura, alimentando mi imaginación con las historias que les sucedieron a nuestros padres y abuelos. Pero es complicado encontrar en mi facultad, y en otras, personas con las cuales sea posible hablar de literatura colombiana. “Me gusta leer”, comentan algunos de mis compañeros de universidad. “Leí en el colegio La divina comedia, El hombre en busca de sentido y… bueno, tú sabes que uno no siempre recuerda lo que lee”, dicen otros.
Pero, ¿realmente a los colombianos nos interesa lo que escriben nuestros connacionales? O, ¿conocemos siquiera más de cinco novelas de autores colombianos? Este cuestionamiento me corrompe hasta las entrañas.
Existen escritores colombianos fantásticos que han tocado fibras profundas de la realidad de nuestra sociedad. El más representativo de las letras colombianas es, sin duda, García Márquez. ¡Claro! ¿Quién no se ha leído o sabe (por lo bajito) el hecho histórico que narra en Cien años de soledad, su obra magna? Esta novela es bíblica en nuestro país.
Pero hablémoslo claro y conciso, aunque García Márquez, según la mayoría de los críticos literarios de occidente y lectores febriles y apasionados, fue uno de los literatos más importantes del boom latinoamericano y del siglo XX, no es el único. Quiero aclarar que, a los que nos apasiona la lectura y que en alguna medida conocemos las obras canónicas de nuestros últimos tiempos, novelas como Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera (García M.); La ciudad y los perros, La fiesta del chivo (Vargas Ll.); o cualquier otra ficción de escritores latinoamericanos me ha enseñado a leer y amar la libertad de pensamiento que conlleva este acto.
Pero Colombia, esta patria heterogénea y colorida, ha producido a grandes escritores que se han jugado casi hasta su vida en sus escritos, hablando de momentos cruciales y coyunturales (narcotráfico, prostitución, explotación, politiquería, etc.) en nuestra tierra. Es muy injusto—y pretencioso—, de mi parte, querer condensar en una columna lo maravillosa y bien formada que está la intelectualidad dentro de la literatura colombiana.
Escritores tales como: Fernando vallejo conocido por la serie de libros del Río del tiempo, en la que relata su feliz, conmovedora y entrañable infancia en Medellín. Lo han catalogado en los medios de comunicación como el intelectual que “no deja títere con cabeza”. Habla contra la iglesia y la burocracia. Amado por unos, odiado por otros.
Laura Restrepo es una voz auténtica y fuerte dentro de la literatura latinoamericana. Sus libros más conocidos son: La novia oscura, Leopardo al sol y Delirio, entre otros. Su narrativa explora la conciencia colectiva de la sociedad colombiana, marcada terrible (pero fascinantemente en su obra) por el catolicismo y demás doctrinas cristianas.
Juan Gabriel Vásquez es—según él mismo—un obsesionado por la literatura. Estudió derecho, pero su amor por los libros nunca fue opacado. Escritor de fantásticas novelas como El ruido de las cosas al caer, La forma de las ruinas, entre otras, en las que expone la dura y cruda realidad en la Colombia del siglo XX. Historias marcadas por la violencia, política y engaños en un panorama y una ciudad que nos es conocida, a todos.
En mi opinión, nuestra nación debería darle más importancia a estos y a futuros escritores, en espacios educativos y universitarios. Como por ejemplo mi facultad de Ciencias Humanas y Sociales en la que la mayoría de mis compañeros no tienen la más mínima idea quiénes son los de la parte de arriba de este artículo.