En menos de tres semanas se sabrá si las encuestadoras acertaron o si uno de los dos candidatos que pasan a segunda vuelta es Fajardo o Vargas Lleras, dado que parece cantado que Duque es, ya, finalista. En seis semanas tendremos presidente. Sea quien sea, ¿será su triunfo reconocido sin reservas por el perdedor y sus seguidores?
En principio, como dice Mockus, debe regir aquello de “reglas de juego ciertas, resultados inciertos”. Si el juego es la democracia, cualquiera sea el resultado de las elecciones presidenciales, se supone que debe ser acatado, sin condiciones, por quienes pierdan. ¿Estamos preparados para aceptar los resultados? La pregunta no sería relevante si el respeto fuese la tónica de los mensajes que emiten los candidatos, sus primeros anillos políticos y, en general, sus seguidores.
Por lo que apreciamos a diario, respeto entre contendientes políticos en estas elecciones es lo que no hay. Juego sucio, agresión sin cuartel, ataques personales, amenazas, gritería, calumnias en las redes, mensajes del estilo “Duque busca privatizar el Sena” o “Petro hará que las viviendas de mas de 65 metros cuadrados sean compartidas con otras familias” son pan de cada día. Sin contar los turbios deslizamientos políticos del mayor oportunismo que se enmarcan en el postulado de Rodrigo Rivera, aquel que acuñó la célebre “la política es dinámica”. El nivel de beligerancia es tal que, según la trinchera en que se esté ubicado, cuesta angustia imaginarse que fulano, o el otro, puedan, de verdad, ganar.
Se salvan Fajardo y de la Calle, siempre respetuosos en la discrepancia, siempre dispuestos a debatir con argumentos.
Respeto entre contendientes políticos es lo que no hay.
Juego sucio, agresión sin cuartel, calumnias en las redes.
Se salvan Fajardo y de la Calle, siempre respetuosos en la discrepancia,
Según las encuestas y algunos analistas políticos, nada es mas conveniente para el CD que quien clasifique a la segunda, fuera de Duque, sea Petro. El miedo al castrochavismo parece ser suficiente palanca para que el 17 de junio triunfe, de forma holgada, el primero. Caso en el cual, la pregunta iría dirigida a Petro y a sus votantes: ¿Aceptarían el triunfo de Duque sin ponerlo en duda? ¿De Duque, el ungido por Él, relacionado, supuestamente, con el Aro, el del buen muerto, el de las concesiones generosas en la Aeronáutica, enemigo del proceso de paz?
Más interesante es, sin embargo, el escenario contrario, por ahora, teórico: ¿Qué pasaría si gana Petro? Si en el imaginario de los líderes de los mas importantes grupos económicos aquel es la encarnación local de Chávez y para millones de votantes un ejecutor del comunismo, en fin, el diablo que destruirá la confianza inversionista y acabará la célula familiar, que expropiará la propiedad privada, ¿no se sentirán los seguidores de Duque con el derecho a desconocer el triunfo de Petro?
Las puntadas para el rechazo del eventual triunfo del otro ya aparecen en uno que otro artículo de opinión en los medios y son evidentes en las redes sociales.
De manera simétrica, hay enorme incertidumbre respecto a la actitud del ganador. ¿Cerrará noticieros y censurará periodistas o garantizará la libre expresión de la oposición? ¿Acometerá el desquite frente a los que considera sus enemigos?
Quizás algunos de los dos candidatos hasta hoy punteros podría tomar la iniciativa y declarar: “Anuncio que en el caso en que mi adversario XXX triunfe en las elecciones, aceptaré de manera incondicional mi derrota y defenderé el resultado”. O, en caso se triunfar: “Soy presidente de todos los colombianos y gobernaré para todos y respetaré, sin condiciones, la oposición”.
El miedo de muchos a cualquiera de los dos candidatos punteros radica, pecisamente, en la incertidumbre, ganen o pierdan, de su respeto por las posturas políticas diferentes a la propia.
El ejercicio no consiste solo en comparar lo que los candidatos dicen que van a hacer, los costos y las fuentes para el financiamiento de sus propuestas. Más importante es contejar el nivel de respeto en el debate. Ni Duque ni Petro parecen estar en posición de dar marcha atrás en el nivel de agresión al otro.
Es una de las razones poderosas por la que considero que los mejores candidatos son Sergio Fajardo y Humberto de la Calle, aunque votaré por el primero. Son garantía de respeto por los demás, por las reglas de juego, condición necesaria para la convivencia en paz en Colombia.