En las pasadas elecciones regionales del 2015, el Partido Liberal se proclamó como la principal fuerza política del país, luego de ganar importantes gobernaciones y alcaldías con más de 3 millones cien mil votos. Además, aumentó los votos en lugares en donde había perdido importantes espacios políticos.
Para nadie es un secreto que, en momentos en que parecía que la popularidad del entonces presidente Alvaro Uribe Vélez no tenía techo, la recia oposición de los liberales a su gobierno le cobró un alto precio en la ya polarizada opinión pública nacional y lo llevó al nivel de lo que para ese entonces eran los “enemigos” de la famosa Seguridad Democrática, aquella lánguida política con la que Uribe pretendió derrotar a la guerrilla y así quiso hacerlo creer.
Hoy, cuando en medio del alboroto que causa la Reforma Política en Colombia, el Partido Liberal hizo un anuncio bastante importante en línea de reforzar su crecimiento regional, y es el de apoyar con toda su bancada la conformación de listas cerradas. Esto, en principio, busca restar la creciente influencia del clientelismo regional y reducir las posibilidades para que el fenómeno de la corrupción, que pareciera ya más una característica de la idiosincrasia colombiana, expanda sus dominios al mejor estilo del Ubérrimo.
No obstante, el debate queda servido cuando la interpretación de otros es que listas cerradas es una mala jugada que reduce legitimidad al sistema democrático colombiano, ya que se hace más difícil el acceso efectivo de cualquier colombiano a la representación, teniendo en cuenta que en este caso es el ejercicio democrático partidista el que determina los representantes que engrosarían las listas partidistas.
Sin embargo, por encima de toda la discusión conceptual, constitucional y política que se le quiera abrir al tema de la reforma y las listas cerradas, el meollo del asunto, la verdadera apuesta liberal, a ojo de buen cubero, es que las listas cerradas, como se están pensando para las próximas elecciones, de que el orden sea establecido por el número de votos con el que fueron elegidos los actuales congresistas, van a abrir la posibilidad de devolver en algo el poder que tenían los partidos políticos tradicionales en las regiones, los viejos cacicazgos. Casi que estaríamos regresando al bipartidismo colombiano, pues se reforzaría la idea tradicional de “votar por el partido y no por las personas”, postulado que se transformó en su inversa y a su vez influyó negativamente en el ejercicio de elección popular desde la llegada de Uribe Vélez a la presidencia de la república.
Las listas cerradas, con el enorme crecimiento electoral que tuvo el liberalismo en 2015, le permitirán pensar en un incremento de su participación en el Congreso de la República. También, serían una buena oportunidad para ir zanjando algunas diferencias intestinas que permitirían una reagrupación y la compactación de la fuerza de la colectividad en algunas zonas, como Antioquia, en donde hay una atomización de diferentes vertientes liberales que han sido denominadas “matices”.
En la misma dirección, esta propuesta de la Reforma Política también traería réditos importantes para las toldas azules, bastante maltrechas, quienes verían en las listas cerradas la posibilidad de unificarse y reencauchar a personajes que se han ido alejando por lo que algunos conservadores han denominado, “pérdida de identidad”. Así pues, es hora de esperar a que las toldas rojas interpreten el momento histórico que se les presenta para ayudar a resurgir como el fénix de las cenizas al bipartidismo tradicional, aunque con las correcciones políticas e ideológicas que la actualidad del país exige. Y es que es innegable que tanto rojos como azules son colores y símbolos que pesan en los imaginarios colectivos de los colombianos.