De provinciana, sus faldas largas y estampadas que se descuelgan desde las siete colinas que marcan su cuerpo de costanera; su defensa empeñada de una gastronomía de pueblo de pescadores que sirve en familia sus cacerolas repletas de pescados y mariscos ahogados en aceites mediterráneos.
De universal, casi todo menos el estrés. Comenzando por una larga historia de más de 3.000 años mirando al horizonte desde el Atlántico ibérico que poco a poco fue desgranando una estirpe de navegantes planetarios, hasta el punto de alcanzarles y sobrarles para regalarles a los españoles la franquicia sobre Cristóbal Colón.
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Una sociedad de clases medias que le perdieron el miedo a la pobreza
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Allí hicieron su encuentro furtivo la provincia y la universalidad en una extraña y única sociedad del siglo XXI absolutamente desprovista del estrés omnipresente. Allí todos caminan como sin sospechar de nadie, ni tan siquiera de las incertidumbres inexorables del mañana. Una sociedad de clases medias que le perdieron el miedo a la pobreza y, en ese acto de libertad, se liberaron también de la ansiedad a que nos tiene condenados el embeleco de vivir tras del mito de ser ricos.
Ya no me sorprende que sea el portugués el idioma que haya parido la palabra saudade, esa que significa algo así como la nostalgia... pero sin la carga de dolorcito que se nos enclava entre el corazón.
Lisboa, la de los lisboetas, así como suena, ni lisboanos ni lisbeños ni nada que se les parezca.
Lisboetas, como su gentilicio lo insinúa, todos dispuestos a vivir sus vidas con alma de poetas.