Vivir en el panóptico digital es otro mal de nuestra era, sabernos observados todo el tiempo por supraorganizaciones, gobiernos y ciudadanías vigilantes es un asunto de noticias indeseables que van generando un desmedro moral en el que la especie humana se profana y desprestigia a pasos agigantados, normalizando la intrusión y la desnudez vulgarizada de la intimidad. Con tres casos recientes será suficiente para ejemplificar este hecho:
Primero. El caso József Szájer, el político de ultraderecha de un partido conservador húngaro que renunció después de haber sido sorprendido por las autoridades en el acto de fuga de una orgía clandestina en posesión de estupefacientes. La hipocresía política se dejó ver entre sus esfuerzos partidistas por defender posturas en contra de la población LGTB. Un acto de doble cara como este muestra la forma como la mentira ha permeado las esferas del poder en medio de la incoherencia que se produce entre lo público y lo privado.
Igual que Szájer fue sorprendido con al menos 25 hombres desnudos, en nuestro país los escándalos de corrupción han generado indignación enseñando una lección que es única: el poder libera los instintos; si, los pecados alusivos al congreso de la república no tendrían tratados enormes que pudieran contenerles; por lo que experiencias como esta muestran el peligro que existe en sentirse poderoso, exitoso o con suficiente autoridad, porque de esto desprende una pasión desenfrenada de dominación que termina lastimando a otros por causa de sendas mentiras.
Segundo. El caso Yuri Tolochko no es menos desconcertante, el fisicoculturista ruso se casó recientemente con Margo, una muñeca erótica de esas que no tiene mucho que envidiar a las mujeres que perdiendo su identidad se dedican a permanecer en silencio como receptoras de actividades sexuales. Esta noticia que puede ser explicada como consecuencia de los efectos de la cuarentena, deja al descubierto el pansexualismo que reivindica las sospechas de Freud sobre el deseo, y desde luego, el menoscabo al pensamiento que tienen aquellos que se dedican exclusivamente al cuerpo.
La situación se le facilita mucho a una relación así, ella no tiene mucho que pensar o decidir, tiene al hombre de sus sueños que la mima, la cuida y la protege, la lleva de paseo, de shopping y, sobre todo, a sesiones de fotos que inmortalizan su romance. Es la típica imagen del amor en la postmodernidad donde hablar y pensar en pareja no tiene importancia como sí la tiene el fantasear, comprar, contactar y experimentar nuevas sensaciones, las mismas que toman forma de manías y psicopatologías, como las que han hecho que Yuri y Margo se sometan a cirugías plásticas para lidiar con sus complejos frente a la crítica pública.
Tercero. Los influencers colombianos. Sin ir muy lejos, la vergüenza de estos personajes que son tendencia nacional contrasta perfectamente con la desfachatez de Szájer y el desequilibrio de Tolochko; ya nos pasamos de incautos reproduciendo el trabajo de La Liendra, Daneidy Barrera, Yina Calderón, Natalia Segura o Luisa Fernanda W, entre otros. Creo que la cantidad de información frívola que estas personas comparten es una invitación a invertir en la idiotez; que sea su trabajo y que devenguen considerables sumas de dinero por sus videos lo único que hace pensar es que la tragedia nacional aumenta; pensemos por un momento que los seguidores de estas personas en redes son los que eligen senadores y presidentes; los que se convierten en las opciones de futuro para el país y los que sostienen las narrativas sociales. Así, poca esperanza puede haber en casos como aquellos en los que la humanidad se ha vulgarizado y prostituido en línea.