Es paradójico y muy elegante que la esposa del presidente más popular de la historia sea la de más bajo perfil. Es que ni siquiera un uribista furibundo la reconocería si se la encuentra en la calle. Su discreción es absoluta. Al principio de todo, por allá en el 2002, le dio entrevistas a Germán Santamaría y a Juan Gossaín. Santamaría escribió un perfil que fue portada de Diners y que tituló La mujer del presidente. En ella se mostraba a una mujer a la que le incomodaba el poder. Con Gossaín fue más explícita cuando dijo “Es que la Casa de Nariño es un lugar muy aburridor para vivir”.
La vi una vez, por allá en el 2004. Estaba en Medellín visitando a mi abuela Julia y la acompañé, como buen nieto vago, a la iglesia de Laureles. Quería, además, que me pagara mi abnegación con unos cuantos billetes para emborracharme. La entrada de la iglesia estaba a reventar, afuera estaba la policía. Creímos que las Farc había vuelto a secuestrar en masa pero no, una señora alborozada nos contó que el origen del barullo era que adentro estaba el presidente. A mi abuela la artritis se le curó por un momento y estoica decidió esperar dos horas a que saliera ese padre de la patria. Mi principal motivación era palpar un billete de 50.000. Siempre he sido muy barato. Cuando estuvo al lado de nosotros vimos a Lina. Estaba como siempre en shock, atribulada. Nada más estruendoso que la masa gritando Uribe. Mi abuela la tomó del hombro y le dio las felicitaciones por el gran esposo que tenía. Lina esbozó una sonrisa y le respondió “¿Lo quiere? Se lo regalo”, bromeó.
Después Lina no volvió a aparecer más. Muchos pensaron que le había sacado jugo a su condición de esposa del hombre más poderoso de Colombia para entregarse de lleno a su pasión: el estudio de la obra de Baruch Espinosa y Ludwig Wittgenstein, los dos genios de los que se enamoró desde los primeros semestres de filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. No, a Lina le preocupaba lo social y por eso se enfrascó en silencio en un programa descomunal orientado a prevenir las altas tasas de embarazo entre niñas y adolescentes. En eso estuvo entre 2004 y 2010. En esa labor contó con el apoyo incluso de la entonces primera dama de Alemania Eva Kohler. Con ella viajó a Donmatías, un pueblito escondido entre las montañas de Antioquia en el 2007. Allí mostró, acompañada de muy pocos medios de comunicación, como la estrategia de crear microempresas para dárselas a mujeres entre 16 y 19 años, funcionaba a cabalidad. El proyecto contaba con 58 fondos rotatorios que financiaron 1.109 proyectos en 58 municipios en 5 departamentos. Era un éxito y las tasas de natalidad bajaron dramáticamente. Todo iba bien hasta que en el 2010 Santos, el solapado, decidió vengarse contra Uribe cortando de tajo iniciativas exitosas como la que promovió la señora Moreno.
En su época de Primera Dama no le gustaba andar con escolta y, cuando veía que la seguían, les echaba madres en la calle. Comía en un restaurante de corrientazos a la vuelta del Palacio de Nariño y se atiborraba de libros cada vez que lograba escaparse a librerías en Chapinero. Pocas veces se le vio acompañando a su esposo. Nadie la preguntaba, nadie la extrañaba. Uribe era un prócer y no necesitaba de una gran mujer atrás. Para sus seguidores era tan eterno como el cielo y el agua.
Su vocación intelectual la lleva a interesarse por todos los campos. El proceso de paz con las Farc no fue la excepción. El 6 de septiembre del 2018, en un evento en el Museo de Antioquia llamado Imaginemos un país reconciliado, en donde se buscaba poner sobre la mesa la importancia de la reincorporación de la guerrillerada de las Farc, Lina Moreno era una de las asistentes. Martin Cruz, excomandante del Bloque Efraín Guzmán y quien estuvo 40 años en el monte, agradeció públicamente su asistencia. Lina tiene alto poder sobre Uribe en algunos temas, sobre todo en lo social.
Creí que al escribir esta columna tendría alguna epifanía que me revelara uno de los grandes misterios de la Colombia contemporánea: ¿cómo hace una humanista como Lina Moreno soportar con alguien tan diferente a Uribe?, ¿Cómo hace alguien intelectualmente activa para compartir con un hombre que se ufana de no leer, de no ir al cine, de no tener tiempo para la contemplación? La respuesta no la encontraré en Wittgenstein sino en Rocío Durcal: tal vez la costumbre es más fuerte que el amor.