Durante esta semana aparecieron en algunos sectores de Medellín panfletos firmados por un grupo de limpieza social que anuncia su lucha contra asaltantes y ladrones. Una lucha en nombre de la “buena honra y reputación”, cualidades que, claro está, los firmantes se atribuyen en el encabezado del comunicado. Una lucha cuya estrategia se resume en la última línea: “Muerte a ladrones de la ciudad”.
Tristemente quienes tenemos más de cuarenta años hemos asistido a varios episodios como este en la ciudad. Por eso el asunto, de no ser tan trágico, podría resultar casi cómico: la esporádica y repetida historia del grupo de criminales combatiendo criminales en nombre de las buenas costumbres.
Lo que encontré después fue una sorpresa que sí me aterrorizó.
Me refiero a la respuesta de la gente en las redes sociales y en los foros y espacios de opinión de los medios que cubrieron el tema.
No hablo siquiera de la oleada de mensajes que apoyan abiertamente la limpieza social y reciben con aplausos el comunicado. Por supuesto que me parece terrorífica esa masa de personas que vitorean la justicia por mano propia, pero su existencia es cualquier cosa menos sorpresiva.
Desde hace años tengo muy clara la vocación fascista y reaccionaria de mi ciudad y he aprendido a convivir con ella o, al menos, he aprendido tristemente a considerarla parte del paisaje. Hablo de la detestable adopción del discurso que repite “los buenos somos más” dividiéndonos de un plumazo en buenos y malos (asumiendo, por supuesto, que quien la pronuncia lo hace desde el lado de los buenos) y que desemboca, por ejemplo, en que las señoras de mi barrio llamen a la estación de policía para que les limpien el parque de indigentes o que un concejal proponga la muerte para quienes matan o que un grupo de peligrosos descerebrados lancen panfletos amenazadores.
Eso me aterroriza pero, repito, me parece normal en la sociedad que habito.
Lo que se me hace espeluznante es el creciente grupo de personas que se manifiestan siguiendo de una forma casi calcada el siguiente patrón: “No estoy de acuerdo con este tipo de amenazas, pero…” y a continuación enumeran razones como la inoperancia de las autoridades, el cansancio ciudadano o la lógica de los tiempos.
Decir que no se está de acuerdo y a continuación sumarle un pero a la frase, es decir que se está de acuerdo. La postura ante la justicia propia no se puede matizar: se le apoya o no. Y punto.
Los fascistas y reaccionarios de bandera me asustan, pero los reconozco a una suficiente distancia como para evadirlos o enfrentarlos. Lo que me aterroriza es saberme en un entorno en el que abundan las personas que posan de civilistas mientras juegan a validar la barbarie.
Sé que vivo en una sociedad de vampiros. Y no porque nos chupemos la sangre los unos a los otros (que sí) sino porque evitamos los espejos. Esos que nos mostrarían (si quisiéramos verlos) lo catastróficas que resultaron las Convivir, nuestro más reciente intento por institucionalizar la justicia ejercida por ciudadanos armados y que, lejos de resolver la violencia o la inoperancia del Estado, no hicieron otra cosa que sumar sangre y dolor a nuestra historia.
Que mi tía tenga un cuadro de Laureano Gómez y le rece a San José María Escrivá por el regreso de un mesías de mano dura a la Presidencia, me parece normal. Triste, pero normal.
Lo que espero, mientras me como las uñas, es que encontremos la forma para explicarle a las nuevas generaciones que la limpieza social no es más que otra basura antisocial.