Cuando un pueblo ha padecido la suerte de contar con gobiernos pródigos en la implementación de cambios para que nada cambie y aparece uno interesado en verdaderas transformaciones en su beneficio, tal pueblo así lo percibe, y lo de esperar es que se ponga firme en su defensa.
Colombia es un ejemplo. A partir del ascenso de Petro al Palacio de Nariño, el pueblo está experimentando cambios que contrastan con los de los anteriores gobiernos, en los cuales solo interesaba elevar las ganancias del gran capital. Con Petro, dichos cambios han sido de naturaleza contraria, como, por ejemplo, el de aumento el ingreso básico de los mayores de 80 años, el de otorgar pensiones a los mayores de 65 que no cuentan con los requisitos para alcanzarla y el de disminuir las semanas de cotización a las madres trabajadoras. Se trata de cambios favorables a los más necesitados, así solo sean paliativos al mal que se está solucionando.
En efecto, si examinamos estos cambios con la lupa de los sectores democráticos, progresistas y revolucionarios que respaldan a Petro, ellos no representan más que una minúscula parte de lo que tales sectores han venido buscando a través de décadas de luchas, en las cuales han tenido que enfrentar represión, cárcel y muerte.
A estos sectores les gustaría ver a su país en pleno goce de soberanía, con un gobierno que pudiera ser en todo el rector de las decisiones políticas y sociales que de él se esperan, con el poder suficiente para cumplir el mandato expresado en las urnas y sin tener que plegarse a conciliaciones derivadas de la correlación de fuerzas existente en el concierto político y social.
Desafortunadamente, no es así en nuestro caso, ni lo será tampoco al finalizar el mandato de Petro. Y no lo será por la debilidad de los sectores políticos y sociales que lo respaldan, los cuales están afectados por su complacencia ante lo que se ha logrado sin percatarse de lo que se ha dejado de ganar; pero también, y peor aún, por la correlación adversa con que cuentan sus congresistas y el gobierno mismo, que los obliga a hacer concesiones nada positivas para los estratos populares.
Ya se avecinan las nuevas campañas electorales, y a ellas hay que llegar, ojalá, con todas estas dificultades superadas. Parte de la solución está en reducir la debilidad mediante la creación de un partido unitario, en lo cual están comprometidas casi todas las fuerzas del Pacto Histórico. Concretar esta iniciativa es el ingrediente indispensable para continuar con los cambios progresistas en el próximo cuatrienio y superar los alcanzados en este. Eso esperamos.