Cuando Álvaro Uribe conoció al fotógrafo Guillermo Angulo en las instalaciones de Radio Net le preguntó, al saber que era de Anorí, si conocía a la poeta Ligia Angulo. “Es mi hermana”-respondió Guillermo. El entonces Candidato a la Presidencia de Colombia se emocionó. Desde que era un estudiante del colegio Jorge Robledo de Medellín aprendió con fervor sus versos. En las raras veces en las que se tomaba un aguardiente no le daba por hablar de política sino de poemas. Y, ante cualquier auditorio, tomaba aire y empezaba con el pecho erguido, con la frente en alto a recitar:
“Que se muera un amor, ¡ no importa nada!/ El alma cual los pródigos rosales, / Da sus flores a cada madrugada. / Derrúmbase la flor, el hombre, el nido, / Y a veces el olvido”.
Desde la década del sesenta ya no se editaban los versos de esta mujer nacida en 1910. Por eso, cuando el futuro presidente conoció a Guillermo Angulo esa tarde de diciembre del 2001 quiso saber más sobre su poeta favorita “¿Ella sigue viva?” le preguntó con la esperanza de conocerla “Así es –respondió Guillermo- vive en la misma casa desde hace 20 años frente al Parque Lleras en el Poblado”. No hablaron más. Uribe siguió a la cabina en donde lo esperaba para una entrevista Yamid Amat. Dos semanas después Angulo le hacía llegar veinte hojas fotocopiadas en donde estaba toda la obra de la poeta. Uribe quiso conocerla, decirle lo mucho que habían servido sus versos para alimentar una vida dedicada al trabajo, sacarse una foto con ella. Pero no tuvo tiempo. Ligia Angulo moriría en el 2002 justo el año en el que empezaría uno de los mandatos más populares en la historia de Colombia.
Poco se sabe de ella. Fue maestra de escuela en la Antioquia de la década del treinta y se casó con Gustavo Nacebene, un médico italiano que había llegado a Anorí tras la leyenda de los ríos de oro que guardaban sus montañas. A sus 18 años ya había escrito sus mejores poemas que tenían una inusitada carga erótica absolutamente impropia en una jovencita de esa época. Una vez se jubiló como maestra se dedicó a administrar fincas de ganaderas y minas de oro de su familia. En su momento fue una de las poetas más representativas de Antioquia.
Pero los años fueron envejeciendo sus versos. El último de sus fans tal vez sea Álvaro Uribe. Sus poemas lo han acompañado en eventos políticos como el que ocurrió en enero del 2014 en el Hotel Carlton de Bogotá. Junto con David Zuluaga organizaron el El poema del millón, cena que buscaba recolectar fondos para la campaña a la presidencia de Oscar Iván Zuluaga. Allí Uribe declamó poemas de Neruda, José Asunción Silva, Candelario Obeso, el Seminarista de los ojos negros de Miguel Ángel Carrión, una carta de Bolívar, unos piropos costumbristas y, por supuesto, tres de Ligia Arango
El niño Dios Amor /es un tirano cruel;/ nos da la hiel por miel/ en vaso de dolor, y copas de placer/A nuestra psiquis llega con tristeza de asceta/con dulzores de miel, coronas de laurel, y cuentos de poetas.
Cada año, para celebrar el Día Internacional de la Mujer, el Senador recita sus poemas después de que los mariachis toquen las rancheras de siempre. Cumpleaños, bautizos, cenas benéficas, los aprovecha el presidente para levantarse como lo hacía hace 50 años en el Jorge Robledo desplegando solemnidad e histrionismo forzado, resucitando una vez más a la que es para él la poeta más grande que ha dado éste país así muy pocas personas lo conozcan.