Son las cinco y treinta de la mañana. El tono de la luz es aún débil. Apenas el alba empieza a despuntar. La noche ha sido corta para conciliar un sueño reparador, pero no hay excusas toca ponerse en pie. Las labores no esperan.
El despertar es un ritual que debe hacerse con supremo sigilo, pues la idea es no despertar a ninguno de sus hijos. Se levanta. Enciende el pequeño y viejo fogón de cuatro bocas, que es uno de los bienes más preciados del hogar. Sobre la boca de fuego coloca una olleta abollada y tiznada por el paso del tiempo.
Mientras el agua está lista para el café, se apresura a poner otras ollas para el agua de panela y el almuerzo que tiene que dejar listo. En su cabeza dan vuelta las preocupaciones de siempre: el colegio de los niños, los zapatos del menor, la plata para el mercado, el gas. ¡Ay no, dios mío!
Las ollas están listas. Ahora toca poner en pie a todos. Los muchachos entran a las 6:30 a la escuela ¡No pueden llegar tarde! Con mucho amor y algo de prisa los levanta. Les da agua de panela y una arepa —hoy hubo suerte, quedaba un poco de harina—. Todos están listos y salen juntos camino a la escuela.
El camino es largo e irregular. La primera parte es de tierra y aunque caminan medio dormidos los niños no es difícil poco a poco ir despertando y pensar en jugar. Tras 20 minutos a paso largo por fin llegan y a tiempo.
Una vez dejados los niños ahora toca ir a buscar el diario, pues algo toca llevar a casa. Hoy hay algunas cosas para hacer en una casa de familia no muy lejos. No pagan mucho, pero algo es. Se dice.
Terminada la chamba del día toca volver al barrio. Hay muchas cosas por hacer. No hay alcantarillado, la inseguridad aumenta y el gobierno los quiere desalojar. Ellos no están dispuestos a irse, o sí, pero si es para las tierras que les robaron los violentos.
Cuando estaba volviendo a casa, cerca de su casa se escuchó un estruendo. La bala alcanzó su cuerpo. Le quitaron la vida.
La motocicleta y sus ocupantes se escabulleron. El cuerpo de aquella persona íntegra, luchadora y trabajadora quedó allí tirada en el suelo.
Esta bien podría ser la historia de María del Pilar Hurtado, de Tatiana Paola Posso Espitia y de otras 193 personas asesinadas durante el gobierno de Iván Duque. El último ha sido Manuel Osuna, un trabajador agrícola al que este sábado 6 de julio lo asesinaron cortándole la cabeza.
Parafraseando a Sabina en su canción Noches de Bodas: que el diccionario detenga las balas (…) que los que matan se mueran de miedo (…) y que dejen de matar de una puta vez.
¡Vivan los líderes sociales en Colombia!