No hay duda sobre la urgente necesidad de cambiar la conversación nacional, renovar los liderazgos y movilizar todas las fuerzas positivas, productivas y pujantes de la nación, para que el escenario electoral que se avecina esté cargado de ánimos de esperanza, optimismo e ilusión; dejando al menos en el congelador, imágenes y relatos del presente que vivimos, cada vez más cargado de negacionismo y toxicidad. Este es el clamor de la sociedad, de los jóvenes, de las familias que en el nicho de su hogar y en tiempos de pandemia, exploran caminos para alcanzar expectativas de crecimiento, por un mejor país, para emprender, para ser mejores ciudadanos, pero principalmente, para forjarse un futuro promisorio y seguro que hoy involucra el 40 % de la población, es decir, 20 millones de colombianos que viven la niñez y la juventud, el futuro de la nación.
Cambiar la conversación nacional nace del inconformismo de líderes apolíticos, que hoy lo son, pero mañana ya no lo serán, aquel 47 % de la sociedad sin filiación política y que anhela remover la estructura de los partidos, oxigenarlos con sangre e ideas renovadas, rostros frescos, con metodologías diferentes y formas de comportamiento marcadas por la decencia, la pulcritud, la convivencia, la ética y la virtuosidad. Con un lenguaje apolítico, gerencial, propositivo, optimista, alejado de calificativos y adjetivos que incitan a la violencia.
El 75 % de los colombianos rechazan los partidos políticos, están hastiados de las prácticas politiqueras tradicionales, de las castas familiares y económicas cuyos descendientes se relevan el poder, de la corrupción, del desorden y desprestigio del parlamento, del lenguaje hostil y soez, y del cinismo que observan los ciudadanos, cuando se presentan sucias componendas para favorecer la corrupción y tumbar proyectos de ley claramente útiles al bien común.
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El 75 % de los colombianos rechazan los partidos políticos, están hastiados de las prácticas politiqueras, de las castas cuyos descendientes se relevan el poder, de la corrupción...
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Tampoco se comprenden decisiones altamente politizadas de la justicia, cuya desfavorabilidad alcanza el 60 %, y graves episodios como el cartel de la toga, la captura del jefe anticorrupción de la Fiscalía y el soborno a jueces, han generado un estado crónico de incredulidad, sin precedentes en la historia reciente de la nación. Como nunca, actualmente hay un número significativo de ex magistrados, exfiscales, exjueces y exfuncionarios de la justicia, investigados y privados de la libertad.
La crisis de la política y la justicia, dos pilares supremos de la democracia, es la razón de fondo que acrecienta el ánimo apolítico y ahonda el desinterés hacia los temas que hoy ocupan la discusión nacional. Por esto, la sociedad exije un cambio en la conversación nacional, porque siente rabia y desazón al saturarse cada día, con imágenes propias de nuestra rutinaria historia de corrupción, criminalidad, impunidad y mediocridad.
Los 11 millones de adolescentes, jóvenes y universitarios tienen evidente animadversión por el debate público entre izquierdas y derechas, que ocupa sin descanso las redes sociales y que está consumido por la desinformación, la indignación y la desesperanza. Los jóvenes y sus familias alimentan así su frustración para crecer en un país como el nuestro y su prioridad está concentrada en culminar estudios para abrir afanosamente su destino en el exterior.
Los jóvenes de hoy, estan dispuestos a jugársela por líderes apolíticos, sin retórica barata y con vocación emprendedora, empresarial, social y medioambiental. Hábiles y efectivos en la planificación y ejecución de ciudades inteligentes y proyectos que enarbolan la innovación, la ciencia y la tecnología. Que tienen el espejo de capitales que han sido ejemplo de progreso como Medellín, Barranquilla y Bogotá. Que luchan por la búsqueda de espacios en los partidos políticos para reorientar e influir el curso de la conversación nacional, ampliar las expectativas de progreso y sembrar optimismo y esperanza en el futuro. Este es el reclamo de la sociedad en general.
No es contradictorio. La nación requiere de líderes apolíticos con vocación de servicio que desde los partidos políticos le apuesten a un gobernante que gobierne sin ideologías, con generosa inclusión, no polarizador, respetuoso de la independencia de las ramas del poder público y con enfoque preciso y transparente en resultados; que afronten con humildad y carácter los temas de mayor discordia entre los ciudadanos, aquellos que dividen, que atribuyen a ideologías de izquierda, centro o derecha; y que deben superarse en escenarios de consenso ajenos al odio y a la discriminación.
El líder apolítico que hoy busca el ciudadano, interpreta con fina agudeza el bien común, el ser buen ciudadano y la hoja de ruta que demanda la sociedad. Comenzando por intervenir inteligentemente la discordia nacional; la polarización política, ideológica y social; construir propuestas sobre conceptos y no sobre personas; eludir el juego a la desinformación, la indignación y el miedo; actuar con transparencia, coherencia y pulcritud; caracterizarse por un auténtico sentido social, y acertar en la formulación de programas accionables, tangibles para la seguridad y convivencia, la educación y el desarrollo económico, social y medioambiental.
La desinformación y la corrupción surgen como las mas graves amenazas a la supervivencia de los partidos políticos, a la justicia y a la seguridad; en Europa, España creó en el seno del consejo de seguridad, estrategias con alcance nacional para combatir la desinformación y garantizar la seguridad económica; Holanda ha incentivado el concepto de ciudadanos apolíticos en función del bien común, y Australia, Canadá y Nueva Zelanda avanzan en la conquista masiva de talento extranjero; mientras tanto, nosotros, los colombianos andamos enfrascados en descalificar, estigmatizar y/o anular los proyectos y sueños, no solo los de otros, también los de la nación. Para la muestra un botón: el ambiente de negacionismo generado ante la buena noticia de las primeras 50.000 dosis de vacunas. Realidad incómoda a la que muchos no le apostaban y que otros convirtieron en espectáculo.