Hace 129 años, en los albores de La Regeneración, Rafael Núñez exclamaba en el Congreso: “Regeneración fundamental o catástrofe”. Hace 129 años empezaban a desmontarse los cimientos políticos y económicos que los gobiernos liberales de la mitad del siglo XIX habían logrado y solidificado con el propósito de culminar para Colombia una revolución democrática burguesa que la introdujera de manera definitiva a la modernidad.
Esos cambios, de cuya representación son estandartes globales la revolución francesa y la independencia norteamericana, fueron negados para Colombia. Esos cambios, que representaron la industrialización para los países que hoy conocemos como desarrollados, representan la principal deuda de la clase dirigente colombiana: una revolución industrial, el surgimiento del capitalismo industrial nacional.
Más allá de las diferencias religiosas, lo que había era una profunda disputa sobre la concepción del Estado, de la política y la economía. Del lado correcto de la historia: los liberales radicales, del lado equivocado: Rafael Núñez y la cuadrilla de la Regeneración.
Hoy los colombianos vivimos en una mezcla entre el feudalismo del siglo XI: por el cada vez más alto nivel de concentración de la tierra (el más alto del mundo); la colonia en los tiempos de la nueva granada: una economía especializada en explotar carbón, oro y petróleo; una modernidad atrofiada con un capitalismo raquítico, sin avances ni aportes científicos o industriales significativos y una dinámica política donde el clientelismo es política pública desde tiempos inmemoriales.
Así como la regeneración ahogó en su momento los avances para el desarrollo capitalista industrial. Hoy, el modelo aperturista, el del “libre” comercio viene haciendo lo propio hace 24 años. A medida que se profundiza sobre Colombia la fracasada teoría de las ventajas comparativas que nos han especializado en un “País Minero”, sobresale cada vez más la compleja situación de los pequeños, medianos y hasta grandes empresarios nacionales.
A razón de ser el país minero-exportador que las economías desarrolladas necesitan, importamos todos los productos agrícolas e industriales que ellos necesitan vender y que incluso nuestros empresarios solían producir. Las deshonrosas cifras de la situación social del país son reflejo de un modelo productivo que deshecha la industria y el agro para privilegiar exclusivamente la minería: un capitalismo subdesarrollado.
Empresas que eran emblemas nacionales como Coltejer o Fabricato, hoy están reducidas a una mínima expresión fruto de las políticas aperturistas. Otras como Michellin- Icollantas, Tornillos Gutemberto, Prismacolor, Hernando Truillo Confecciones, Tejidos Galia, Pilas Varta, Bayer, y otras cientos de medianas y grandes empresas industriales (colombianas o extranjeras) han cerrado o salido del país porque en el modelo, exclusivo para la minería trasnacional, no hay cabida para la industria.
Hace 129 años como hoy, la disputa sigue vigente. La historia, que se repite algunas veces como tragedia, señala a este modelo de “libre” comercio como el principal obstáculo para el desarrollo autónomo, industrial y democrático de la economía colombiana. Su implementación en los 90 y sus avances recientes vía TLC, profundizan el reemplazo de la producción nacional por la extranjera, la especialización en minería e hidrocarburos, la consolidación del capital extranjero como la variable fundamental del crecimiento: la des-colombianización de la economía, el atraso perpetuo.
Hoy, del lado correcto de la historia están quienes abogan por el surgimiento vigoroso de un capitalismo industrial de carácter nacional. Del lado incorrecto los partidarios de la apertura y los TLC: Santos, Vargas, Uribe, Zuluaga, Ramírez y Peñalosa.