Son varios los teóricos de la comunicación que han sostenido que en Colombia es muy común confundir libertad de prensa con libertad de empresa. También es recurrente que se hable de la libertad de información que se respira en el país, o que ésta es una democracia de las más antiguas del continente y de las más respetuosas en materia de libertad de pensamiento.
El tropicalismo también ha acuñado el lugar común, según el cual tenemos la mejor radio de Latinoamérica. Hace un buen tiempo, Antonio Caballero, sobre la materia dijo, que es cierto que en Colombia hay libertad de expresión, pero que se requiere disponer de una buena fortuna para fundar un medio. Puedes decir lo que quieras pero antes tienes que tener recursos para comprar la corneta. En ese sentido, la libertad de pensamiento y de difusión queda supeditada a la capacidad económica. Como el 80 por ciento de los colombianos escasamente llegamos a fin de mes, la libertad de prensa de la que disponemos es la relativa a esa minoría que sí tiene como comprar y mantener medios masivos. Esto es, la libertad de pensamiento y de difusión garantizada de toda la población es marca registrada de un reducido grupo de privilegiados que de paso es dueño de todo, incluido el poder político y la cultura imperante.
Los medios masivos no son propiedad de periodistas o comunicadores, como tampoco las clínicas son de los médicos, por eso es equivocado culpar a los periodistas de los contenidos, sesgos y propaganda que se masifica en “nuestros” medios. Los medios de información en Colombia son de 4 o a lo sumo 5 grupos económicos que han incluido la prensa, televisión, radio, cine y ahora medios digitales en sus portafolios de negocios. Los medios no se dedican a informar, su práctica rutinaria en esencia es vender o apuntalar negocios.
Por ello, los contenidos de casi todos los medios se corresponde con el interés económico de sus dueños. Es una estupidez lo que cada cierto tiempo repiten las figuritas de esas tribunas, sobre que “yo acá hablo con total libertad”. Claro, hay muchos vigilantes que piensan como los dueños del edificio y por tanto se expresan de la misma forma. Quienes se han atrevido a cuestionar o a salirse del libreto, están muertos (Colombia tiene record en asesinato de periodistas), o están “jubilados”. Por eso hay tanto mediocre convertido en figurón, porque no se requiere tener ética periodística o idoneidad profesional, lo que se debe poseer es habilidad para granjearse la benevolencia del grupo, acomodarse al objeto y ser un auténtico lambón con sacoleva. Quienes hemos estado cerca de directores o “vedettes” hemos podido corroborar a esos altares de ignorancia que cada cierto tiempo salen en las páginas sociales acompañando y divirtiendo a sus amos.
Ahora bien, mientras hubo grupos dedicados exclusivamente al negocio de informar diríamos que había uno que otro espacio respetable, pero cuando los medios fueron cooptados por grupos, corporaciones o multinacionales la trivialidad, cultura del espectáculo y ausencia de visión crítica se apoderó de la totalidad de la industria informativa.
Los periódicos y revistas en donde se podrían leer articulistas medianamente digeribles han ido desapareciendo bajo la dinámica de la realidad digital. La televisión quedó reducida a la pasarela de la frivolidad y el reality show. Todo es novela y televentas. Los noticieros reemplazaron la noticia por el publirreportaje y los titulares se ahogan en sangre y truculencia. El rigor de otras épocas se reduce ahora a las piernas y a los pechos siliconados de las presentadoras.
La radio hablada es el festival de los 4 bufones haciéndole la misma entrevista a los mismos 20 estúpidos lobistas que se turnan el micrófono. Roy en Hora 20 el lunes, luego el martes en Voces RCN, el miércoles lo entrevista Néstor en Blu, Julito lo llama el jueves y el viernes lo anuncia el espacio de opinión de cualquier canal. Y claro, Roy aparecerá como el entrevistado de la semana en la edición dominical. Increíble, país de imbéciles, oyendo, viendo y leyendo al mismo orate, así durante décadas.
Ni que hablar de la radio musical o radio juvenil. Unos altisonantes mal hablados dedicados al morbo auditivo, como obsesos sexuales. No tienen otro tema que escarbar en los gemidos de la audiencia. Es una feria de gritos y exclamaciones vulgares en donde cuesta escuchar algo inteligente. Pareciera que hicieran el casting en los burdeles de las afueras. Al cual más desfachatado y desabrochado. Son monotemáticos, todas las mañanas, y en la práctica todo el día su vasto conocimiento cabe en un condón y su nivel cultural no va más allá de las patas de la cama. Si ésta es la mejor radio de América Latina, ah subcontinente para deplorable. De esa cultura es hijo legítimo el Nicolás Gaviria de moda.
El aristocrático “usted no sabe quién soy yo” lo usan a diario. Lo utilizó ayer el senador Merlano, hace poco el exembajador Moreno de Caro y siendo presidente lo adornó el líder supremo con el “le rayo la cara…”. Esa ramplonería es legión en la radio mañanera. Salvo algunas excepciones que confirman la regla, en Colombia no hay medios de comunicación, estos han sido reemplazados por empresas dedicadas a vender todo tipo de cachivaches anunciados por mediocres famosos.