Hace rato que en Colombia los directores de periódicos utilizan una figura muy sutil de autorretiro del columnista para encubrir la censura en que incurren. El hecho no es nuevo y tampoco ocurre en una sola dirección ideológica. Ya lo vivieron Claudia López y Fernando Londoño en El Tiempo. Ahora le pasan factura a Yohir Akerman en El Colombiano. Periódicos muy respetados y columnistas muy incómodos a quienes echan con la excusa de que su columna es una carta de renuncia tácita que la dirección admite de manera inmediata e irrevocable.
A estos columnistas los echan, los censuran porque dicen lo que solo una pequeña parte de los lectores acepta. Tener columnistas así implica un riesgo muy alto para el periódico. Pero justifica su naturaleza de medio de expresión como tanque de oxígeno para la democracia en la que debe haber cabida al mayor número posible de interlocutores con sus posturas irreverentes, ingenuas, vulgares e ideológicamente contrarias a las de las mayorías, e inclusive, contrarias a la línea editorial del periódico. Esta controversia interna le enriquece. Le da el rótulo de periódico grande con el que soñaron sus fundadores y con el que esta sociedad, de democracia incipiente, necesita. Pero en lo económico es un riesgo. ¡Qué tal que se molesten los lectores! ¡Qué tal que se comprometan las suscripciones! Es una apuesta y una tensión.
En estos tres casos la dirección prefirió cuidar al suscriptor y a sus arcas. Conservar las relaciones políticas en vez de apostarle a la libertad de prensa. Los columnistas de opinión, a diferencia de los demás empleados del periódico, gozan de una posición privilegiada, de frontera porque pueden decir lo que nadie más en el periódico, incluyendo al director con su editorial, puede atreverse a decir. Director y demás reporteros tienen una ideología qué conservar. Sobre esa ideología presentan la noticia. Lo demás es publicidad.
Un columnista de opinión no trabaja para el periódico. Trabaja en un periódico. Y su trabajo consiste en opinar, en disentir, en valerse de la creatividad, de la coyuntura y del riesgo para exponer su punto de análisis. Su función consiste en ofrecer una lectura de la realidad que puede o no coincidir con la línea editorial del empleador. Al columnista de opinión solo le limita la imaginación y la buena redacción. Puede decir lo que quiera. Pues jurídicamente toda responsabilidad derivada de sus opiniones se hace a título personal. No repite contra el periódico. No en vano toda sección de opinión siempre advierte que las opiniones no obedecen a la línea editorial del periódico. Son responsabilidad exclusiva de sus autores. Y está bien que así sea. Pero esta condición tiene iguales compromisos para el periódico: publicar sin reserva. Publicar sin condiciones tácitas de censura. Que niegan en un solo párrafo todo lo que el periódico dice y está llamado a defender: la libertad de opinión y de pensamiento. Así ello ponga en contradicción la línea editorial del periódico y sus compromisos políticos o morales. Pero todo esto es un deber ser. Es una ilusión en medio de este yihadismo moral en el que vivimos.
Hace un mes largo, repudiamos los hechos viles en los que unos periodistas fueron asesinados por islámicos deslamados y terroristas que los asesinaron por burlarse de su Dios. Como es el Dios de los musulmanes entonces defendemos a los periodistas. Pero cuando un periodista criollo cuestiona al dios del director del periódico y de sus suscriptores, le echan de una manera desalmada, y a juicio de muchos, tal destitución no solo era previsible sino necesaria.
John Fernando Restrepo Tamayo
Politólogo y profesor de Teoría constitucional
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Febrero 24 de 2015