Cuando Martin Luther King inició su batalla por los derechos de los afrodescendientes escogió con especial cuidado y atención el discurso que podría llegar a mover a toda una congregación. Sin duda, una pericia propia de todo pastor de iglesia, pero a quien debe reconocérsele una destreza adicional: logró una narrativa capaz de ser recibida por Kennedy, Johnson y la opinión pública en general. ¿En qué consistió su muy acertada variación? Pues bien, en el simple cambio de una palabra: a diferencia de los líderes del Congreso para la Igualdad Racial y de la Conferencia para los Derechos Civiles, King no pidió la ‘igualdad’ sino la ‘libertad’. En su famoso discurso “Tengo un sueño” la demandó 22 veces, mientras que la exigida ‘igualdad’ fue pronunciada sola una vez y con medida discreción. ¿Cómo logra una palabra lo que miles no han conseguido?
Pues lo que sucede es que la igualdad no es como la libertad. Cada quién puede ser libre en su pequeño rincón del mundo. Libre en su miseria o en su gloria. Libre en su locura o en su cordura. Libre en su pecado si se quiere. La libertad, en su sentido más reducido, es simplemente ausencia de coerción. Y a menos de que falte, ni se siente ni se extraña. A nadie le angustia decir que el otro es libre, pero ¿igual? Eso no. Porque la igualdad, a diferencia de la libertad, está cargada de sentido. Cuando se dice que alguien es igual a mí se dice de esa otra persona que es como yo. O más aún: que yo soy como ella. La igualdad genera cercanía, la libertad no. Y cuando alguien es tan cercano, ¿cómo soy yo mejor? La esencia de la crítica al otro es que reafirma la propia posición. Por eso hay quienes se placen criticando: “Cómo está de mal”, mientras yo, claro, ¡cómo estoy de bien!
La reafirmación, entonces, es un voto de confianza que uno mismo se otorga. Una confianza que se legitima como lo hacen las fronteras: con el paso de los años. Es por esto que quien tiene la carga de la prueba es quien quiere cambiar el statu quo. Y la carga de la prueba exige persuasión. No se necesita convencer al mundo de que dejemos todo quieto, pero sí que comencemos a cambiar. El discurso tiene que ser, al mismo tiempo, suficientemente atractivo y suficientemente cauto. Por eso libres y no iguales. ¿Cuántas veces hemos escuchado el famoso “Tengo un sueño” sin notar su astucia? Martin Luther King entendió por dónde iba el asunto: quienes no estaban dispuestos a reconocer la igualdad, quizá sí pudieran reconocer la libertad. Finalmente, ¿qué tan grave podía ser dejarlos moverse, dejarlos sentarse y dejarlos votar?
Podemos lograr que la lucha en Colombia por el matrimonio igualitario sea aún más exitosa si captamos la inteligencia de King. La ‘igualdad’ genera un choque inmediato en una sociedad que se reafirma con un cierto modelo de apareamiento. Aunque somos iguales, no conviene recordárselo a quienes necesitan sentirse diferentes. Por eso es mejor ‘libertad para casarse’ que ‘igualdad de matrimonio’. Lo primero cala; lo segundo asusta. Y esto, al parecer, lo entendió la jueza 67: casados pero no en matrimonio. El juego de palabras convence con cautela y permite los cambios reales. Así que por ahora: #libertaddecasamiento en vez de #matrimonioigualitario.