Durante esta pandemia hemos tenido que afrontar múltiples y variadas situaciones que han puesto a prueba la condición humana. Sin embargo, quizá la de mayor impacto ha sido un confinamiento que ya supera los sesenta días. Entre cuatro paredes, para algunos, y entre latas y cartones para otros, nos hemos visto obligados a desarrollar nuestras actividades cotidianas. Todo fue tan intempestivo que casi no tuvimos tiempo para planearlo, digerirlo o, mucho menos, planificarlo.
Nos encerraron mediante una orden perentoria y sin derecho a réplica. Todo ocurrió tan rápido que ni siquiera tuvimos el tiempo necesario tiempo para despedirnos de nuestras familias o amigos. La vida nos cambió dramáticamente, cerraron las empresas, bares, discotecas, negocios, y todo cuanto implica aglomeración. Sobra decir que lo peor está por venir y que la recesión será dura y cruel con gran parte de la población. Ese despertar estará poblado de grandes nubarrones y de muchas zozobras.
Pero, reitero, el confinamiento trastocó nuestras vidas. Y todo indica que continuará por un largo periodo más. Ya muchas empresas y negocios cerraron sus puertas y otras tantas ya anuncian su despedida. Con el consecuente desempleo y desesperanza para quienes vieron como sus sueños se esfumaban y sus anhelos se truncaron entre un mar de zozobras.
Para la RAE, el confinamiento es laPPena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto al de su domicilio”. Igualmente señala que confinar es: “Desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria”. También indica y aclara que es “Recluir algo o a alguien dentro de límites”. La especie humana merece tal condena por su egolatría, egoísmo y terquedad por pretender generar riqueza de la misma naturaleza. Producto de ello ha deforestado, agotado recursos, acabamos con ríos y consumido selvas y bosques. Como consecuencia de esa locura desbordada extinguimos cientos de especies de animales y destruimos hábitats esenciales para la misma vida. Merecíamos este confinamiento como especie, unos por su ambición desmedida, otros por su indiferencia y, la mayoría por unirnos al consumismo y al exhibicionismo mercantil.
No obstante, muchas especies viven ese confinamiento sin merecerlo: los animales. Se los encierra en acuarios, peceras, jaulas, azoteas, zoológicos o granjas. Reciben una condena injusta. Conozco animales que han desarrollado su existencia en espacios tan reducidos que a duras penas reciben un rayo de sol o viven en condiciones tan deplorables que para ellos todos los humanos debemos ser nazis. Viven atados, golpeados, humillados, carentes de afecto y de amor. Y a pesar de eso, siempre nos entregan su corazón para que sanemos de nuestras heridas o de nuestros dolores. Seres impolutos y carentes de odio o venganza; seres angelicales a los cuales confinamos sin un juicio previo y en casi todas las ocasiones por simple ignorancia o desmedida maldad.
Ya entendemos lo que es vivir confinados, asustados, aterrados, temerosos, lejos de toda esperanza. Maldita manía de escuchar el canto de las aves enjauladas, cuando lo correcto sería sembrar y cuidar árboles para que ellas vengan a cantar en libertad. O qué decir de los zoológicos que exhiben a los animales como seres no sintientes, obligados a brindar un espectáculo deprimente y doloroso. Los cazamos, los herimos, los golpeamos, los separamos de sus familias, los despostamos y nos los comemos. Pocas veces nos preguntamos si sienten dolor, si piensan, si sufren, si anhelan su libertad.
Ahora que sabemos qué es vivir en confinamiento y que entendemos ese gran drama existencial, liberemos a nuestros animales cautivos. Que vuelen las aves, que vuelvan a los bosques y a las selvas los animales raptados y esclavizados. Que vuelvan a sus aguas los peces y que besen el preciado don de la libertad todos aquellos seres que encerramos inmisericordemente sin que lo merezcan.
Llegará, sin duda, un día, en que nos dé horror recordar que matábamos animales, que los encerrábamos, que los volvíamos comida y que los arrancábamos de sus hábitats y casas. Ese día en que nuestra conciencia sea superior veremos el gran dolor que les causamos con esa inmerecida injusticia hacia ellos; iniciaremos un nuevo camino y viviremos en paz.
¡Liberémoslos ya! No prolonguemos agonías, no perpetuemos angustias. Ellos son nuestros hermanos y merecen nuestra compasión y respeto. Sembremos árboles, protejamos ríos, limpiemos el aire y elevemos nuestros corazones. ¡Liberémoslos ya!