Estados Unidos parece no haber tenido suficiente con las 936 infamias infligidas al pueblo venezolano, contenidas en las 936 sanciones con que ha logrado diezmar los ingresos de nuestro hermano país, bloquear sus mercados, confiscar parte de sus reservas internacionales, cerrarle el sistema financiero internacional, impedirle comercializar su principal riqueza, el petróleo, obstaculizar su comercio exterior, provocar el desabastecimiento generalizado de productos de primera necesidad, dificultar la atención de los derechos básicos fundamentales a la población, sabotear la prestación de los servicios públicos, estimular la acción terrorista de la oposición y provocar la más inhumana diáspora que hayamos conocido en nuestro continente.
Como tan continuada agresión no ha hecho mella en la vocación antiimperialista de los venezolanos ni les ha impedido sobreponerse a tales sanciones, el Congreso norteamericano discute un nuevo proyecto de Ley, mediante la cual prohíbe al mundo adelantar con ellos nuevas operaciones económicas, salvo, ¡vaya descaro!, las que sean de conveniencia para los propios Estados Unidos.
Lo peor es que esta iniciativa, orientada a restringir aún más las fuentes de financiamiento de Venezuela, llevaría Bolívar por nombre, lo cual la haría más digna de rechazo aún, pues al denominarla así, el imperio parecería querer ratificar el sin cuidado en que lo ha tenido la posición soberanista de nuestro Libertador, manifestada en carta del 5 de agosto de 1829, dirigida al encargado de negocios de Gran Bretaña, coronel Patricio Campbell, en la que decía: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.
Ese destino miserabilista de Washington ha encontrado en Venezuela una respuesta digna de sus próceres: Antes que dejarse doblegar, ha superado en buena medida las consecuencias de tan continuada agresión, como lo atestiguan, por ejemplo, su tasa de crecimiento de los últimos años, situada en el 4 %, el desmonte de la hiperinflación de antes y su puesta en el 12,1% en lo corrido del 2024, su ya muy próxima conquista de la soberanía alimentaria, la exportación creciente de productos que nunca antes había soñado ni siquiera producir y la recuperación paulatina, aunque lenta, de los niveles de satisfacción a que estaban acostumbrados los venezolanos antes de las sanciones.
No creemos que el nuevo inquilino de la Casa Blanca varíe mucho esta nefasta política de sanciones. De lo que sí estamos seguros es de que los valerosos hijos de Bolívar continuarán enfrentándola con la dignidad que hasta hoy han demostrado, y que tanto respeto mundial les ha deparado. Ojalá este ejemplo fuera apreciado por todo el mundo y premiado con esa solidaridad que hasta el presente le ha sido tan esquiva.