Venero a los irreverentes. Los que no le lamen el culo a nadie. Los que no se inscriben en ninguna estética ni escuela. Los auténticos que viven lo que realmente son. Los que retan a las divinidades. Los valientes que están dispuestos a correr todos los peligros y riesgos. Los que en la playa de lo incierto queman todas las naves. Los que se cagan en sus majestades y excelencias. Los que no tienen pelos en la lengua y llaman las cosas por su nombre. Los que con una sonrisa sardónica ridiculizan la frivolidad de las apariencias.
Los que están más allá del bien y del mal. Los que viven su propia verdad así el mundo se les venga encima. Los que en medio de la mar azarosa de esta vida son capaces de remar contra la corriente. Los que en su interior han matado a la manera de Nietzsche a dios. Los que en un mundo inhumano han alcanzado la verdadera humanidad. Los que escriben con sangre y dejan las entrañas en el papel. Los que se conceden la duda cartesiana.
Los que no tragan entero y se convierten en abogados del diablo. Los amantes de imposibles que combaten contra molinos de viento. Los deslenguados y blasfemos cuyo interior arde en azufre. Los que se ríen en las propias narices de los “poderosos”. Los que vomitan sobre dogmas y verdades. Los que logran renacer de sus cenizas. Los que rompen los moldes, los prejuicios, las estructuras. Los que derriban a los dioses de sus pedestales. Los que defenestran a los ídolos de nuestro tiempo. Los que no tienen un infierno para temer ni un cielo para soñar.
Los que saben que es inútil rezar para que llueva pan del cielo. Los insolentes que arrojan esputos sobre la faz hipócrita del qué dirán. Los independientes que no necesitan la aprobación ni el halago de nadie. Los librepensadores, los impenitentes, los rebeldes, los apóstatas, los relapsos por instinto. Los herejes que no le temen a la hoguera. Los ángeles caídos que iluminan el mundo. Los que dicen lo que yo no sería capaz de decir. Los que hacen lo que yo no sería capaz de hacer.
En fin, venero a los que son como Fernando Vallejo, una de las plumas vivas más importantes del mundo. En este gran maestro de las letras confluyen el malditismo de Baudelaire, el efluvio fúnebre de José Asunción Silva, la fuerza de Giovanni Papinni, el cinismo de Diógenes, la vitalidad de Henry Miller, la obscenidad de Sade, el escándalo de Bukowski, el escepticismo de Emil Cioran y la profundidad de Fernando González.
En esencia, es un genio que a través del vértigo de su pluma violentamente poética ha recreado nuestro idioma socavado por el uso. Termino con una acotación que dice mucho del maestro Vallejo: en la legua castellana solo dos escritores han usado con inteligencia, gracia y estilo el arte de hijueputear: Miguel de Cervantes Saavedra con sus exquisitos “hideputas” en algunos pasajes de Don Quijote, y el escritor colombiano que los frecuenta a lo largo y ancho de toda su obra.
Desde hace rato merece el Nobel de Literatura, pero no se lo darán por un solo motivo: la academia y esa subzoología autodenominada cultura castiga a los irreverentes; es decir, a los que tienen el valor de escupir el rostro de este mundo hipócrita que se encuentra a un paso del exterminio. En el Día del Idioma levanto una pata para mear a todos los políticos, y alzo mi copa para brindar por Fernando Vallejo.